Por Pietro Ameglio.
Tomado de la La Jornada-Morelos(19 agosto 2011)
Hace muy pocos días toda la nación pudimos apreciar cómo senadores, diputados y clase política ni siquiera fruncieron el ceño ante el nuevo parte de guerra mexicano: en tres meses aumentaron en más de 10 mil los muertos en esta guerra. Al mismo tiempo transcurrieron tres importantes movilizaciones sociales para detener esta guerra: 1) la caravana “Paso a paso por la paz” donde se desbordaron los testimonios acerca de los migrantes desaparecidos, y, en ; 2) en pleno centro del DF hubo una conmovedora marcha de más de 200 familiares de desaparecidos, sobre todo en Coahuila, unida por una demanda a toda voz: “¿Dónde están? ¿Dónde están? Nuestros hijos dónde están?”. Ellos son una pequeña representación de una cifra escalofriante: ¡hay 10 mil desaparecidos en México! Quizás este sea el rostro más inhumano de nuestra catástrofe u holocausto nacional (como algunos ya la llaman); aullando literalmente de dolor hay madres que nos gritan: “Siento que me voy a morir si no los veo”, “no podré descansar hasta encontrar a mi hijo”, “no tenemos siquiera el consuelo de tener el cuerpo de nuestros hijos”. Un tema central en esta etapa de la guerra es la condición de los cuerpos de las víctimas tratados y presentados públicamente con saña y crueldad inusitadas, u ocultados. Finalmente, el pasado domingo hubo una marcha considerable convocada por el Movimiento por la paz con justicia y dignidad para detener la ley de seguridad nacional o de guerra, que llegó hasta adentro de Los Pinos.
En México hay actualmente tres guerras: una entre los de arriba “para construir el monopolio de una nueva mercancía capitalista: el narcotráfico” (informe Bourbaki); otra, de los de arriba hacia los de abajo, con un altísimo costo humano y el despojo de los recursos naturales y materiales; y la última, entre un sector de los de abajo, reclutados como esclavos y carne de cañón de los de arriba, quienes se enfrentan entre sí en cada espacio pauperizado del país por controlar su territorio. Esta guerra es civil por varias razones, pero una es que está involucrada toda la población, como víctima o victimaria, por ser parte activa del fuego, del negocio, del empleo, de la impunidad, de la complicidad o de los agredidos. Ya en la década de los noventa algunos estudios advertían la existencia de un “exterminio selectivo de líderes locales indígenas y campesinos, muertos en su mayoría en acciones sin enfrentamientos” (“El proceso de guerra en México 1994-99: militarización y costo humano”), sobre todo en Guerrero y el sureste. Ahora, en cambio, se ha ampliado la escala: estamos presenciando un “exterminio masivo” –en su mayoría de jóvenes sin empleo y desamparados- en todo el país. Así, como bien han señalado el sub Marcos y luego Javier Sicilia: “se está destruyendo el tejido social en todo el territorio nacional”, por la raíz de un modelo económico que necesita para reproducirse el negocio de la guerra y el intervencionismo norteamericano y trasnacional.
El número de muertos y desaparecidos en este proceso de la guerra ha llegado a niveles que, según Amnistía Internacional, alcanzan a los de las dictaduras del cono sur en los años setenta, en medio de una total impunidad y ‘normalización social’. Y nosotros, como sociedad civil –organizada y no- ¿qué estamos haciendo? La historia y experiencia de las luchas sociales nos enseñan que hay una relación entre los procesos de avance de la inhumanidad y la resistencia civil para detenerlos, por tanto si el nivel de progresión de la violencia toca estos extremos, resulta imprescindible cuestionarse a fondo acerca de los niveles proporcionales que deberían ir adquiriendo las acciones de la resistencia civil. Así, en una etapa como ésta no cabría menos que plantearse cuáles formas de no-cooperación o desobediencia civil podrían ayudar a detener la guerra, y antes aun la experiencia indica sobre la necesidad de colocar cuerpos –armas morales- en forma masiva en la calle (también para desterrorizarlos), en los lugares exactos donde se confronte y señale públicamente a los sujetos de la violencia (estado, delito y empresas), para exigirles un ‘Ya basta’ que detenga las manos asesinas.
¿CÓMO PARAR LA GUERRA?
Pero ¿qué significa en lo concreto ‘Parar la guerra’? Hasta ahora la sociedad civil ha exigido: que aparezcan ya los desaparecidos; basta de impunidad, que haya justicia y reparación del daño (Comisión de la verdad y la memoria); que se reconozcan, respeten, refuercen y extiendan en el país las experiencias de autodefensa civil y pacífica comunitarias (Cherán, Ostula, San Luis Acatlán, comunidades zapatistas, huicholes zonas urbanas…); que se desmilitaricen las calles y la administración pública; que se privilegie un modelo de seguridad humana y comunitaria, empezando por políticas de apoyo a los jóvenes en todo sentido desde lo educativo hasta lo laboral; que se garanticen los territorios de los pueblos indígenas y campesinos en su autodeterminación; que tengamos un poder real y legal como sociedad civil en las decisiones políticas y económicas que nos afectan y hacia la revocación de autoridades que nos cumplen sus mandatos; que se ataquen los entramados financieros del lavado de dinero… Lo central sigue siendo que no haya un muerto o desaparecido más; que aparezcan los desaparecidos; exigir justicia, reparación, verdad y dignidad para las víctimas apoyando su construcción como sujetos sociales; romper la impunidad; lograr un cambio en este modelo militarista de la seguridad.
Profundicemos ahora en los ‘cómo’: sin movilizaciones masivas, y estrategias que acumulen fuerza moral y material hacia grados mayores de la resistencia civil, que sirvan también para reforzar la lucha política ¿cómo vamos a detener la guerra? Por ello, nos parece central, por ejemplo, sumarnos a las movilizaciones convocadas en una carta pública por Javier Sicilia, Pablo González Casanova, Luis Villoro y muchas personalidades que encarnan la reserva moral de este país, junto al Movimiento por la paz con justicia y dignidad y otras muchas organizaciones y grupos. Ya no se trata sólo de ‘apoyar una buena causa’, sino de luchar por nuestra propia sobrevivencia y la de muchísimos más que están tratando de hacer justicia y detener esta inhumanidad que nos atraviesa, instalada desde el poder sin el más mínimo consenso social, y que busca ahora su legalización.
Habrá en estos meses movilizaciones sociales importantes en el país, reflejo de una profunda y creciente indignación nacional (“encabronamiento”), pero el desafío estará en construirlas como formas de lucha articuladas e incisivas realmente hacia el poder del adversario, ya que no es suficiente la simple agitación social para lograr mecánicamente resultados positivos. Creemos que el reciente Movimiento por la paz –que ha buscado construir acciones radicales e incisivas- ha logrado avances en la lucha contra la guerra, la militarización y la justicia y dignidad hacia las víctimas, pero la curva de la muerte ha seguido su curso en paralelo: en marzo de este año hubo 837 víctimas de la violencia en México, en abril bajó a 737, pero en mayo subió a 1301 y en junio a 1304, con dos masacres en Torreón y Monterrey. La demanda de “Ni un muerto más, ni un desaparecido más” no ha sido posible de ser enfrentada aun por el conjunto de la sociedad civil mexicana, porque queda claro que para la clase política no es un objetivo central.
La próxima caravana de la sociedad civil (en la segunda quincena de septiembre) marcará la necesidad de caminar hacia el sur del país para escuchar y aprender sobre todo de los pueblos indios y campesinos acerca de su organización, dignidad, resistencia y formas de seguridad humana y comunitaria, de autodefensa civil y pacífica de sus territorios y vidas, así como tejer alianzas estratégicas para detener esta guerra civil. Sin descuidar el camino político, financiero y jurídico, es momento de reforzar la “firmeza permanente” (como llaman en Brasil a la noviolencia) en las calles y la radicalidad de la resistencia civil, la concepción de base constitucional, zapatista y gandhiana: el poder verdadero –primero y último- reside en la gente. Tal vez, pronto, dejaremos de co-operar con la autoridad en la guerra y la impunidad para “desobedecer las órdenes inhumanas”.
Este terrible paso de 40 mil a 50 mil 500 muertos, sumado a 10 mil desaparecidos y 120 mil desplazados, junto al intento de la clase política por legalizar la guerra y la impunidad, puede quizás significar un nuevo dique en la “frontera moral y material” que la sociedad civil mexicana estemos dispuestos a tolerar y ‘normalizar’ de lo inhumano. ¿Tendremos todavía ‘aguante’ para que nuestro tejido social y vidas se desintegren más? ¿cuál será el ‘piso moral y material’ de la guerra y la paz en el México actual? ¿Cuántos muertos y desaparecidos más estamos dispuestos a tolerar? Las imágenes de verdaderos ríos humanos del pueblo bajando de todos lados del país, ejerciendo, sin violencia pero con total decisión, su verdadero poder, como sucedió en años recientes en Quito, La Paz, Buenos Aires y Belgrado, quizás nos puedan ayudar a todas las fuerzas implicadas en esta guerra absurda a reflexionar mejor.
Nota de JuarezDialoga: JuarezDialoga publica el articulo de Pietro Ameglio por ser integrante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.