Las semana pasada, como sucedió de seguro a cientos de miles, me atrajeron el título y la sinopsis de la película “Dios no ha muerto”. La trama anunciaba un debate interesante entre ateos y creyentes. Me resultó un fiasco y un verdadero churro de propaganda religiosa y política. Personajes y situaciones inverosímiles, diálogos a cual más tonto, para llevar a millones el mensaje ideológico de la derecha ultra de los Estados Unidos, encabezada por el hoy famoso Tea Party. Uno de los expresos propósitos del film, es implantar la educación religiosa en las escuelas públicas de los Estados Unidos y en todos los países dónde sea posible. Como puede suponerse, la intención de esta reseña no es entrar en el debate sobre la alegórica aseveración del Nietzsche: “Dios ha muerto”, de donde toma el título contrario la película. Me interesa más bien develar algunos de sus dislates e intenciones.
Los protagonistas son: un fervoroso, valiente y lleno de virtudes estudiante cristiano y su opositor y verdugo, un malvado y amargado profesor ateo de filosofía, que comienza su curso obligando a los alumnos a entregarle un papel firmado con la leyenda “Dios ha muerto”. Los ochenta estudiantes son agachones, dóciles y con actitudes propias del medioevo, por su vasallaje hacia las jerarquías. Todos firman y entregan su hojita. Menos uno, el héroe que responde al inquisidor invertido, “no puedo hacerlo”. El “maestro” estalla en cólera y después de pensarlo un poco, impone al rebelde una pena: tiene tres sesiones de veinte minutos cada una para demostrar la existencia de Dios y rebatir sus argumentos ateos. Le concede que sean los mismos estudiantes quienes decidan sobre el triunfador.
En el curso de este desafío, aparecen otros personajes: la novia del héroe, quien lo presiona al máximo para que desista de su personal cruzada, ya que está poniendo en riesgo su carrera y el futuro de ambos. Un pastor quien sirve de respaldo al héroe, recomendando la lectura de varios versículos bíblicos y una máxima: no trates de ser inteligente sólo di la verdad. (Por cierto, como anillo al dedo para los dogmáticos: ¿Para qué forzar a la inteligencia si ya tienes la “verdad”?.) Otro malvado novio de una periodista de izquierda, quien es abandonada cuando enferma de cáncer y que se convierte a la religión en medio de la tragedia. La madre del pérfido, víctima de alzhéimer, pero capaz de recitarle al hijo ingrato una larga cita de la sagrada escritura. Su hija, cristiana fiel, quien resulta ser la esposa humillada y maltratada por el engreído y ateo profesor de filosofía. Una estudiante musulmana, golpeada y arrojada de la casa por su padre, un rudo e inmisericorde hombrón con toda la fisonomía de los árabes, cuando le confiesa su fidelidad a Cristo. Además, otro estudiante proveniente de la República Popular de China, como lo precisa, admirador del héroe y por último, también converso al cristianismo, quizá del budismo o del comunismo ateo. Hay uno más, con sólo dos apariciones, pero clave para un observador atento: un barbudo millonario, inventor de algún artificio para atraer animales de caza y patrocinador de organismos y roqueros cristianos.
Cada una de las exposiciones del héroe, van mostrando su solidez, su honestidad y sobre todo la veracidad e invencibilidad de sus concepciones religiosas. A contrapelo de generación tras generación de científicos quienes han confirmado las postulaciones básicas de la evolución de las especies formuladas por Charles Darwin, con un simple coscorrón despacha a éste y a su confirmación de que en los cambios de los seres vivos, la naturaleza no procede a saltos, sino en una secuencia de mutaciones progresivas. De igual y expedita manera, es refutado Stephen Hawkins y su teoría sobre el origen del universo. Las simplonas deducciones, por supuesto, son ofrecidas como demostraciones geniales. La culminación del alegato es llevada hasta la moral: ésta no puede existir sino va asociada a la creencia en Dios. Luego, todos los ateos, son por definición inmorales. ¡Ya está! ¡El salto nos ha llevado por lo menos cinco siglos hacia atrás!. Si alguien esperaba una respuesta argumentativa del profesor-filósofo ante las necedades, se quedará con la curiosidad, pues el mentor no hace sino expresar su rabia y luego amenazar al audaz estudiante cada vez que lo encuentra en los pasillos o en el ascensor.
La reacción de una parte del público, me recuerda los cines de antaño, donde cada vez que aparecía una imagen del crucifijo o de la guadalupana, aplaudía con entusiasmo. En este film, cada argumento victorioso del estudiante demostrando la existencia de dios, sin antagonista al frente, es celebrado con las palmas.
Un objetivo inicial de la película es caricaturizar a la clase intelectual norteamericana, usualmente liberal y defensora del laicismo educativo. Se le hace representar por el maestro, extravagante personaje objeto casi inmediato de la aversión de los espectadores. El tipo termina por confesar ante el implacable interrogatorio del avispado estudiante que en realidad odia a Dios, por no haber salvado a su madre. Resultó que no era ateo, sino un pobre hombre angustiado, que en la hora de su muerte pide perdón y es readmitido en el seno de la iglesia por el piadoso y oportunísimo pastor. Los fabricantes del churro cinematográfico quieren matar con esta historia de vida dos pájaros al mismo tiempo: desprestigiar a los intelectuales y “demostrar” la existencia del ser supremo con el infantil y manido argumento que los ateos son incongruentes y reniegan de sus ideas al enfrentar a la parca.
En la etapa preelectoral norteamericana, el film cubre otro propósito: difundir las tesis de los republicanos conservadores, aliados firmes de los fundamentalistas religiosos, gracias a cuya ayuda han ganado varias de las últimas elecciones, las de mayor notoriedad aquellas en las cuales tuvieron a Bush Jr., como candidato. El voto de las mujeres regresadas a las tareas del hogar, de los defensores de la libre adquisición de armas organizados en la Asociación Nacional del Rifle, de los influidos por las prédicas de los creacionistas reclamando un lugar en las escuelas y en los subsidios oficiales, ha sido determinante. A lo largo de la película se hace presente, explícita o subliminalmente, esta constelación de intereses, ideas y prejuicios arraigados y cultivados entre amplios sectores de las clases medias norteamericanas. Un ejemplo es el del inventor de artilugios para atraer a los animales y dispararles. Lejos de aparecer como un ejemplo negativo por su tarea depredadora de la fauna, es el triunfador que luego vemos en la gigantesca pantalla del concierto de rock religioso, exaltando la batalla librada por el héroe contra las fuerzas del mal. ¿No se recuerdan a Sara Palin, la abanderada republicana ultraconservadora, apoyando la caza de los osos polares y la explotación sin medida de los recursos naturales?.
La película ha sido un éxito de taquilla. No sabemos cuánto le habrá abonado a las derechas en la lucha por el poder estatal y el dominio general de la sociedad. Sí sabemos –y no es poco- cómo esta gigantesca máquina propagandística es capaz de manipular las mentalidades de millones vendiendo ideas casi grotescas. Tal es la necesidad de empeñarse en cruzadas para “defender el honor de Dios” (???), según lo dice alguno de los personajes, a la manera de nuestro estudiante-héroe. Cavilaba cuando escuchaba los aplausos venidos de los creyentes incautos: piensan que están apoyando esta salvaguarda de la honra divina, (cualquier cosa que este galimatías pudiese significar) cuando en la práctica, están marchando al son de la música compuesta por los archimillonarios dueños de las grandes corporaciones, políticos y líderes religiosos. Celebran la intolerancia, la cerrazón, el dogmatismo, la tiranía de los clérigos sobre las conciencias. No deja de sorprender la eficacia del uso de los credos a pesar de los siglos de ejercicio racional.
JuárezDialoga ha invitado al profesor investigador en historia y doctor en ciencia política, Víctor Orozco, por su trayectoria académica y su solidario compromiso con la sociedad civil organizada. Víctor, actualmente es el ombudsman de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ).