Después de un largo y tortuoso camino deambulando entre las ciencias sociales y las expresiones artísticas, negando lo inevitable, abrazando con recelo una esperanza que me quedaba siempre demasiado lejos, llegué a un punto en el que dejé atrás la visión inocente por una postura crítica. Este posicionamiento tenía como principal motor el reconocer el contexto en el que se encuentra el país en materia de legislación y expresiones artísticas y culturales, ubicarme en él y entender las dinámicas para cambiarlas.
No quiero hacer un recuento o diagnóstico de las políticas culturales en México, sino hacer una serie de propuestas desde la realidad en la que habito. Es decir, desde las expresiones artísticas en las que he podido trabajar (específicamente producción editorial, teatral y, últimamente, cinematográfica).
Ojo, no hablo como voz autorizada, ni como experto. Sino desde una posición más o menos cercana tanto a los procesos de creación y como a las legislaciones y políticas públicas en México.
Las reflexiones sobre posibles propuestas quedarían más o menos así:
1) La reforma al artículo 226 de la Ley del Impuesto Sobre la Renta fue un refresco a los problemas de producción cinematográfica que poco a poco ha ido obteniendo resultados. El problema es que se centró sólo en la parte de producción cinematográfica, lo que no permite la consolidación de una verdadera industria cultural. Para lograrlo, habría que identificar el panorama completo de todo el ciclo, desde la formación de gente en producción, hasta la proyección y presentaciones. Un grave problema en México es que estudiar cine es, o caro, o selectivo, o desesperanzador. La formación es un eslabón muy débil que desgraciadamente no se ha podido aliviar.
Pensemos que la dinámica de la 226 (que consiste en incluir al sector privado en la producción cinematográfica, teniendo la oportunidad de deducir impuestos de acuerdo a la cifra que invierte a una película) entrara también a la formación de artistas. Pensemos, por ejemplo, que en vez de dar 500 becas de creación artística por medio de la Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, se buscara la inversión del sector privado para duplicarlas. O, en su efecto, que el FOPROCINE y el FIDECINE, fondos para la producción cinematográfica por parte del IMCINE, se duplicaran gracias a la inversión privada. Es decir, que el FONCA y el IMCINE fungiera como intermediarios para lograr recursos sin que los realizadores tengan que pasar por las complicadas trabajas de la ley del ISR y Hacienda. No se trata de privatizar el apoyo a las expresiones artísticas, sino crear sinergias entre sector público y privado.
De igual manera la proyección. ¿Por qué la proyección es un problema tan grave y sin solución? Debemos entender que tanto las productoras como los cines están en esferas diferentes: la mayoría de las producciones mexicanas son financiadas por el Estado y los varios fondos que existen en el IMCINE, mientras que los cines son empresas que deben generar ingresos que les garanticen su sobrevivencia. Mientras las películas no sean producidas para generar ingresos, los cines no verán a las películas mexicanas como un producto rentable. ¿Qué tal si se bajaran los impuestos de proyección y se le premiara con subsidios por parte del IMCINE a las empresas que tengan una cuota de películas mexicanas? El IMCINE hace esfuerzos importantes para apoyar festivales, talleres de formación y seguir el proceso de proyectos desde el guión hasta la postproducción, pero su trabajo es demasiado ambicioso para un país tan grande que debido a que no existen marcos legales y fiscales que lo sostengan, no lo vuelve autosuficiente.
Sobre la reforma 226bis, que tiene la misma finalidad pero en la producción teatral, sigue la misma dinámica. Es un esfuerzo importante, pero aún incompleto, que se centra sólo en un eslabón de una cadena larga y accidentada.
2) Otro problema que encuentran los artistas es la falta de ciertos servicios básicos, como es el de salud. Desde mi experiencia, noté una grave discriminación de la formación artística y la académica. Simultáneamente, fui becario CONACYT y FONCA., en la primera tuve la oportunidad de darme de alta en una institución de salud y sacar una cuenta de banco de nómina que no me cobrar ningún tipo de interés o cobro por el uso de la tarjeta. Mientras que en el FONCA yo debía de dar de alta una cuenta de banco, ateniéndome a las restricciones del banco, sin oportunidad de poder darme de alta en ninguna institución de salud. Esta diferencia es abismal y preocupante, y muestra el interés de las instituciones públicas en los diferentes proyectos tanto de creación como de investigación. Esta diferenciación es inequitativa y ridícula. Un cambio en algo tan simple como esto les daría protección a los nuevos o jóvenes creadores.
3) Tal vez las instituciones públicas no puedan hacer mucho para que la gente vaya a las galerías, compre libros o asista a las salas de teatro y cine. Tampoco que los artistas, productoras o compañías hagan grandes obras. Pero lo que sí pueden hacer es facilitar el camino para que los creadores, colectivo y empresas, tengan un camino más sencillo para crear un sector o industria. Entre las muchas acciones que se pueden hacer, está la de facilitar el camino fiscal tanto para los creadores, compañías, productoras y colectivos. Estoy de acuerdo que todos debemos pagar impuestos, pero no se puede poner en la misma categoría a una empresa en una industria desarrollada por largos años en el país o frente a una misma industria protegida en otro país, a una productora cinematográfica mexicana en donde no existe ni siquiera un sector en donde se pueda desarrollar. Saber distinguir que las expresiones artísticas y culturales tienen una desventaja en el país es un gran avance, y qué mejor forma de representarlo que en la parte fiscal.
Cuando se presentó la reforma al artículo 226, luego la adhesión del 226bis, se dijo que esto fortalecería a las pequeñas, medianas y grandes productoras y compañías teatrales, cuando lo único que hizo fue darle a las empresas ya establecidas en otros sectores una opción más para deducir impuestos.
Mientras creadores, productoras o compañías de teatro no pueda tener obras o producciones rentables (es decir, que generen ingresos que les permitan sobrevivir), cualquier esfuerzo fiscal que vaya directamente a ellos o ellas será inútil. ¿Por qué no utilizar a las instituciones públicas ya existentes para centrar fondos y ser avales fiscales de los creadores o empresas pequeñas, en vez de mandarlas al ruedo financiero? Esto permitiría fortalecer la creación de públicos, les daría seguridad fiscal a los creadores y serviría para ayudar al desarrollo de las industrias culturales.
4) Discursivamente en México existe una visión de Estado de enriquecer y promover las expresiones artísticas (como está especificado en la constitución). El problema es que se ha centrado en el Estado la responsabilidad exclusiva de la promoción, cuando otros actores podrían sumarse y ayudar en eso.
Algo que pude constatar que funciona con buenos resultados, es el modelo español en donde los bancos están obligados a crear galerías, museos o centros de proyección como una forma de retribuirles a los ciudadanos el existir gracias a sus ahorros y créditos. Esto alivia el trabajo de las instituciones públicas para crear espacios, permite más escenarios para la creación de públicos y genera sinergia entre los sectores público y privado.
5) Lo peor que le podría pasar a los creadores y a las políticas culturales mexicanas es crear más secretarías o instituciones. Esta preocupación lo digo por la propuesta de los candidatos a ocupar el puesto del ejecutivo en este 2012 de crear otro organismo cultural que se sumara a los ya existentes. Lo menos que necesitan los creadores y promotores es más burocracia. En vez de eso, se debe fortalecer a las que ya existen.
Las instituciones públicas de cultura tienen dos funciones específicas: ayudar a la creación y promover las obras. Los demás, es materia agregada y muchas veces exagerada.
6) Un error recurrente es pensar que las instituciones culturales necesitan más dinero pues esto se traducirá en becas, fondos y programas, y que estos, a la vez, en formación de realizadores, obra y públicos. El problema es que esta idea repite el modelo del Estado como proveedor de la cultura y las artes y no deja que exista una industria autosuficiente. Lo que se necesitan son legislaciones y reformas que permitan que la industria se desarrolle, no que se llene a las instituciones con recursos para realizadores u obras que morirán por no tener en dónde presentarse. Ahora, si existen ambas cosas, qué mejor, pero siempre que se trate con dinero se debe saber por qué y hacia dónde va, es decir, estructuras legales e institucionales que aprovechen lo pocos o muchos recursos con los que cuenten.
Estas son sólo algunas observaciones que he recogido en lo poco tiempo que llevo cerca de las instituciones públicas, la promoción cultural y la producción. Definitivamente no son las únicas, y tampoco deben ser las mejores. Si su objetivo de responder o mostrar caminos posibles para las políticas públicas no se cumple, entonces que por lo menos genere preguntas.
En resumen, es necesario pensar en tres cosas esenciales: Reformas fiscales para fortalecer las oportunidades de desarrollo de industrias culturales, que vayan desde la creación, su producción, hasta su exhibición. La fiscalización de las políticas culturales no resolverá todos los problemas, pero creará condiciones igualitarias y de competitividad. Por otro lado, la sinergia del sector privado y público. Es algo que se ha comenzado a hacer, pero de manera todavía timorata y aplicada sólo a ciertas partes de la expresión artística. En otros países funciona, ¿por qué aquí no? Finalmente, las instituciones públicas deben convertirse en avales de los creadores y promotores (en todas sus presentaciones) mientras las industrias y políticas culturales se fortalecen. El país aún no está en condiciones para que las empresas, colectivos o creadores, compitan en carreras desiguales con otros sectores tanto dentro del país como las del mismos sector que han sido protegidas en otros países.
Juan Manuel Fernández Chico es co-fundador del Colectivo Vagón y director de la película El Heroe. JuárezDialoga lo ha invitado a participar por su compromiso con el trabajo colectivo en el quehacer artístico en Ciudad Juárez.