Recientemente y contra las campanas de difamación que han emprendido algunos gobiernos en su contra, Luis Hernández Navarro, escribió en un texto acerca de Carlos Beristain que este “ejerce múltiples oficios inusuales, relacionados todos con el dolor nacido del abuso y la injusticia. Él es, al mismo tiempo, terapeuta de tragedias colectivas, escriba riguroso de memoriales de agravios, mediador en procesos de paz, defensor de derechos humanos, acompañante de víctimas de la violencia y la tortura, espantamiedos, sanador de heridas de guerra no cicatrizadas y especialista en salud mental” (La Jornada, 1 de marzo, 2016).
Y guardando las proporciones, lo mismo se puede decir de todas aquellas personas y organizaciones sociales que en nuestro país y en otras latitudes han asumido la defensa de los derechos humanos; esos centros de lucha que se han convertido en acompañantes solidarios de todas las víctimas del abuso allí donde quiera que ocurra. Contra ellos también se han alzado la intimidación, la insidia y la distorsión de su cometido, a través de recurrentes campañas que quieren presentarlos como enemigos de la ley y cómplices de la criminalidad. Su mera existencia incomoda a los poderosos, para quienes la ley y el solo hecho de que existan los derechos humanos les resulta un estorbo.
Pero ¡qué mal y cuánto bien que esas personas y organismos existan! Mal, porque en realidad no deberían existir; porque el que los haya no se debe únicamente a una opción de vida, como querer dedicarse al arte, la ciencia y los deportes. Los centros de derechos humanos han surgido porque son una necesidad; porque en nuestro país el abuso de poder y la desigualdad han engendrado violencia, impunidad y tortura, y alguien ha decidido asumir acompañar a las víctimas de feminicidio, desaparición, tortura e impunidad, en la búsqueda de verdad, justicia y reparación.
Así que hay que alegrarse y agradecer que existan, porque en medio de la barbarie los centros de derechos humanos y todas aquellas organizaciones solidarias con las víctimas de la ausencia de un Estado de Derecho, son una luz de esperanza que nos señala el camino hacia el final del túnel. Este es el caso del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, al que debemos festejar que en sus quince años de existencia se haya convertido en una voz de los sin voz y una semilla de justicia.
Su testimonio de lucha a lo largo de estos años nos ha dejado varias lecciones. A saber, que a la indignación moral es necesario sumarle la determinación, constancia y preparación profesional de quienes defienden los derechos humanos; que en nuestro país el único camino a la paz no es otro sino el de la justicia, el de la lucha porque en este país sin leyes éstas se cumplan en beneficio y para la protección de los más débiles; y que junto con el cumplimiento de la ley, son imprescindibles la educación en los derechos y la movilización de la ciudadanía.
Por todo esto debemos de festejar los quince años de vida del Centro de Derechos Humanos Paso del Norte. Agradecerles a todos y todas sus integrantes su entrega y vocación solidaria. Y sobre todo, desearles mucho éxito para que en el futuro cercano, y gracias a su esfuerzo, éste y todos los centros de derechos humanos de México cierren sus puertas cuando alcancemos un país con bienestar, paz y justicia.
JuárezDialoga ha invitado a Héctor Padilla a colaborar por su trayectoria académica como estudioso de Ciudad Juárez y el tema de la frontera. Así mismo, por su contribución y reflexión sobre el tema específico de la cultura. Héctor, también como académico ha apoyado en distintos momentos diversos movimientos sociales y fue co-fundador del Movimiento Pacto por la cultura.