Creel, 16 de agosto de 2008, sábado negro: doce hombres, jóvenes la mayoría, y un bebé asesinados en una sencilla fiesta aquella tarde. Tarde en la que Creel superó la cifra de muertos por número de habitantes por año en toda la República. Fue una de las primeras masacres de estos aciagos años.
Vinieron luego los trabajos y los días de indignación y de denuncia. Las familias, acompañadas por el Padre Pato exigiendo justicia, señalando la negligencia de las autoridades, la connivencia de éstas con los criminales, quienes entraban, permanecían, delinquían y salían de la región como Pedro por su casa. Días de idas y vueltas por procuradurías, congreso, secretarías de gobierno. Reuniones aquí, reuniones allá… Afanes inútiles.
Luego se hicieron presentes las armas que fuerzan al olvido. La primera de ellas, el terror: cuando uno de los padres dolientes y denunciantes fue también asesinado, comprendieron las familias que la memoria entraña peligro real y cercano de muerte violenta. Las balas comenzaron a silenciar la memoria.
La segunda de las armas del olvido, la apariencia de justicia. Empezó a operar cuando las autoridades manifestaron que se había aprehendido a los autores de la masacre. De los tres detenidos, sólo hay uno sentenciado. Un segundo fue liberado a cambio de información, que por cierto no ha servido para detener a otros. Y el tercero evita la sentencia gracias a una larga cadena de amparos. Eso es lo que ha habido de justicia hasta ahora.
La decepción es la tercera y tal vez más letal arma del olvido, la inmisericorde sepulturera no solo de la memoria, sino también del deseo de justicia. Se fue deslizando, cultivando, con los ires y venires infructuosos, con las promesas incumplidas del gobierno, con la impunidad diariamente constatada de asesinos y cómplices gozando de toda libertad. Se alimentó de los sucedáneos de justicia ofrecidos por el gobierno en vísperas de cada 16 de agosto. Ahora es el estado de ánimo predominante: decepción de todos y de todo. La denuncia pública reducida a la rabia individual; la memoria colectiva, convertida en llanto privado por los rincones.
Creel no apareció en el informe final de Reyes Baeza como no haya sido sino para anunciar su elevación a la foxista categoría de “pueblo mágico”. Como no aparecerá en el informe final de Calderón, como una de las peores bajas de su absurda guerra. Para Creel no hay más magia que la de la impunidad y el olvido.
Por eso es importante recordar. Recordar es resistir. Para que no digan que el callar en estas fechas es otorgar la aceptación a las acciones y a las omisiones del gobierno. Por eso es importante la marcha y la austera misa que este 16 de agosto tendrá lugar en Creel. Porque en este país, las víctimas siguen existiendo, más allá –o más acá- de celebraciones y litigios electorales. Por eso es importante que las víctimas de aquí se unan en espíritu con la Caravana por la Paz, encabezada por Javier Sicilia que ahora recorre la inmensa geografía de los Estados Unidos para compartir su dolor, para denunciar la injusticia, para exigir que se eliminen las condiciones que todos los días generan más víctimas. Porque, parafraseando a Miguel Hernández es el mismo viento de las víctimas el que sopla ahora en los desiertos de Arizona y Nuevo México, por donde pasa la Caravana de la Paz, y en el valle serrano donde vive, sufre y resiste la gente de Creel.
JuarezDialoga ha invitado a Víctor M. Quintana S. como colaborador articulista por su amplia trayectoria al participar en diversos movimientos sociales, como el Frente Democrático Campesino (FDC) y el Barzón, entre otros. Porque como académico ha publicado los libros: ‘Movimientos Populares en Chihuahua’, en coautoría con Rubén Lau Rojo, UACJ 1991;’Elecciones con Alternativa’, libro Colectivo, La Jornada Editores, 1993; ‘Familia y Trabajo en Chihuahua’, en Coautoría con Luis Reygadas y Gabriel Borunda, UACJ 1994; ‘México Una Agenda para Fin de Siglo’, libro colectivo, La Jornada Editores, 1996.