¿Tiene sentido afirmar que los partidos políticos y los políticos al final son lo mismo?
Es común encontrar en la ciudadanía la afirmación de que los políticos y los partidos al final “son lo mismo” o “que son la misma gata pero revolcada”. Ello como consecuencia de las prácticas arbitrarias y autoritarias que despliegan en su hacer y pensar cotidianos. Séase de izquierda o derecha, el autoritarismo recorre las venas de los procesos partidistas y de las personas que los constituyen.
Un común denominador y plataforma de este efecto es la cultura autoritaria. Desde pequeños vivenciamos estructuras jerárquicas – autoritarias en la familia, después en la escuela, posteriormente en las relaciones de trabajo y en las instituciones de todo orden. Asimilamos, por esto, esa forma “de ver” el mundo y lo traducimos en el pensamiento de sentido común que modela instituciones públicas y privadas.
El matrimonio es un buen ejemplo de ello. En este se concretizan las relaciones autoritarias de manera más fehaciente a través del modelo hombre proveedor – mujer ama de casa. Apuntalada la institución matrimonial en la moral judeocristiana las relaciones que se dan son, en principio, inequitativas en virtud de los posicionamientos que están preestablecidos por la ideología sexo – género.
Asimismo, en una cultura judeocristiana, en la que se simboliza al varón como centro articulador de lo público y de la toma de decisiones, lo menos que se puede esperar es la legitimación del poder en manos de este y por ello se habla de una cultura androcéntrica. El uso de la violencia, legítima e ilegítima, es consustancial al varón en este modelo de cultura y de relaciones sociales.
A manera de “camisa de fuerza”, el autoritarismo (machismo) se convierte en una estructura de pensamiento omnipresente en todas las instituciones y los partidos políticos no son la excepción, por el contrario, en estos se exacerban y se materializan los procedimientos más arbitrarios y antidemocráticos porque, como dice el dicho común, “enseñan el cobre” en su actuar cotidiano.
“Enseñar el cobre” es una metáfora que nos permite entender que el autoritarismo (machismo) está tan arraigado en nuestra forma de ver y entender el mundo que “nos brota por los poros” y que a la hora de actuar reproducimos los esquemas y patrones de comportamiento abrevados desde antes de nacer por procesos milenarios (experiencia dóxica) y constituidos en una ideología sexo – género apuntalada de manera principal por la moral judeocristiana.
Así, lo queramos o no, el autoritarismo (machismo) se hace presente en cada momento de nuestro hacer y pensar cotidianos pues lo hemos abrevado en cada rincón y momento de nuestra vida. Está presente en las escuelas, en las relaciones familiares, en los ordenamientos jurídicos, etc., es decir, en nuestra forma de entender y operar en el mundo. Por ello, no basta que queramos algo o que expresemos nuestra voluntad de cambiar las cosas (por ejemplo, a través de manifestaciones o marchas públicas) porque las estructuras explícitas (jurídicas, ideológicas, económicas, etc.) impiden que las voluntades se materialicen e impacten de manera eficaz sin las correspondientes modificaciones al orden existente, al Status Quo. Es necesario, pues, que se dé el rediseño institucional – estructural en todos los órdenes de la vida cotidiana e institucional que permita re -modelar nuevas formas de relación entre las personas y prácticas sociales más incluyentes, más democráticas.
Sólo generando las condiciones que permitan configurar, a mediano y largo plazo, formas nuevas de ver y entender el mundo es que los procesos de estructuración de las violencias pueden terminar (incluyendo las derivadas del narcotráfico). En este punto es pertinente señalar que los estudios de género nos dan pistas, claves fundamentales, para comprender las relaciones violentas, estructurales y personales, que aquejan a las personas, las familias y particularmente a nuestra sociedad. Los procesos económicos y políticos no pueden entenderse cabalmente sin la comprensión de los procesos culturales que les dan vida y sustento, es decir, que apuntalan los cimientos de nuestra cultura androcéntrica, judeocristiana.
JuárezDialoga a invitado EMilio Naná por su compromiso y trabajo en diversos movimientos sociales en Juárez. Él es Abogado/Psicólogo/Maestría en Ciencias Sociales: especialidad en políticas públicas y estudios culturales. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales: especialidad en género.