Por: Mariana Chávez Berrón
Estuve durante dos años realizando un trabajo de investigación en el Centro Histórico de Ciudad Juárez, en específico en la Avenida Juárez, muchas anécdotas me vienen a la mente a partir de esa experiencia que aunque académica, se convirtió en una necesidad de vida, de reconstrucción de memoria y de creación de vínculos entre personas que compartieron conmigo su historia. Entre trago y trago y siempre con dinero en la bolsa porque nunca sabía cuantas cervezas me tomaría llegar al descenlace de memorias que muchas veces quedaron inconclusas, no me preocupaba el tiempo, la noche se medía en mililitros porque hubiera sido más caro medirla en horas.
El Centro se vive entre espacios que quieren parecer nuevos a partir de remozar, pintados de blanco y cuando uno ocupa esos espacios el olor a viejo llega a la memoria, se sienta y nos mira fijamente y nosotros (algunos que vivimos de nostalgia) a través de esa metafórica mirada nos llenamos de placer.
Hay algo detrás de los muros viejos y desgastados, algo detrás de las capas de pintura que se agrietan y dejan ver nuevos colores, hay algo detrás de ese olor a polvo, neftalina y madera. No sabemos si es nuestra manera de afianzarnos a las cosas y que ellas que nos cuenten lo que han vivido. No sabemos tampoco si su antigüedad nos recuerde de alguna manera que estamos vivos en un tiempo y espacio en donde las cosas permanecen y han pasado por muchas manos antes de llegar a las nuestras, tal vez sea eso lo que las haga tan valiosas.
Para mí ha sido un verdadero descubrimiento el ver que estos espacios se llenan de personas que aprecian la vejez, la decadencia y la descomposición de las cosas. Porque aunque el mundo se aferre en crear canones y standares de limpieza, pulcritud y los muestre como sinónimos de belleza, la esencia de los espacios nos demuestra que su uso, su rompimiento, sus cicatrices y su muerte anunciada nos llenan de sensaciones y sentimientos que conmueven y sólo pueden ser inspirados por la belleza de la que no nos gusta hablar pero que sentimos y si alguien no la ha sentido, se pierde de la vida misma.
Se busca entrar dentro de estos espacios para saturarlos de secretos, ocultar verdades y si los “rincones” hablaran podrían dar testimonio de los besos y caricias que se manifiestan en la oscuridad de sus recintos. Tuve la oportunidad de vivir muchos de estos lugares en Juárez, algunos más clandestinos que otros pero la intención de escribir esto es describir ese sentimiento persistente que se experimenta cuando uno decide vivir la clandestinidad.
Puede ser el efecto del alcohol en nuestra percepción, sin embargo he bebido más o menos en otros espacios y no se siente lo mismo, puede sonar muy burdo decirlo así pero así es, tan simple. Conocí hace tres meses un lugar en el DF parecido a alguno que he visitado en Juárez, parecido en color, en ambiente en olores pero distinto en dinámica.
Situado frente a un espacio público y concurrido, en un segundo piso, hay que atravesar un pequeño pasillo en donde se encuentra un mostrador, botellas retornables en cajas de plástico, cajas de cartón y uno que otro empaque que se atraviesa y choca con nuestros hombros, uno no dice nomás que buenas tardes o buenas noches y se dirige al fondo (y si no le nace decir pío, igual es bienvenido), quien esté ahí no le pregunta a uno adónde va, y como a mi me gusta cambiar sujetos y predicados, entré como “perro” por su casa, hay que subir una escalera muy pequeña con tablones de madera entre los peldaños de acero, con cuidado de no caerse en la oscuridad y de repente la luz llega a nuestros ojos en forma de azul o rosa neón, nos encontramos en un lugarcito pequeño pero lleno de mesas con dos televisiones y muchas caguamas en una hielera.
Lo particular y más bonito de este bar es que no hay rockola y vaya que suelo preguntar antes de cualquier cosa por la máquina o por la música en cualquier lugar; pero hay una persona en la “barra” a la que le das 10 pesos y una hoja de papel con tres canciones, cuando llega tu turno las ponen con todo y video, con todo y comerciales. Un amigo me decía deberías de enseñarles a hacer “playlists.”… lo único que le contesté fue “no mames” neta no puedes ver la esencia del lugar? que entre canción y canción ocurra un silencio que nos de pie a decir lo que queramos, lo que pensamos, lo que sentimos o que nos incite a mirarnos fijamente, cuando la mayoría de la gente en las primeras horas de la noche no es capaz de mirarse a los ojos, prefieren ver al televisor o a su acompañante, no podría suponer que es vergüenza, simplemente desinhibir la mirada también toma tiempo.
Esa noche se me acercaron muchas personas a platicar, aunque yo viera con curiosidad lo que se me atravesaba enfrente, suelo tener percepción de niña de 5 años y todo me asombra y todo me hace sonreír, parecía que yo era la curiosidad en dicho espacio, y la gente me preguntaba qué hacía ahí? pues viviendo, lo mismo que tú, -pero cómo supiste de este lugar? me preguntaron un señor y su pareja, -un amigo me trajo aquí hace meses y me gustó mucho este lugar (hubiera querido volver antes, pero nadie quiso acompañarme) -tu amigo es gay?…. -no, porque habría de serlo? – Pues aquí todos somos gays. -Yo no soy gay, pero si para entrar es requerido, me abstengo de preferir sexualmente esta noche. Esta fue la primera impresión que pude dar y a partir de ahí la noche se convirtió en una escena espléndida de abrazos cálidos y besos sinceros en la frente y las mejillas (lo aclaro solamente porque creo que esos besos son los más bonitos). Cabe señalar que no evadía la gran bandera de colores pintada en la pared, por el contrario toda la ambientación de ese lugar me parecía de intenciones con un aire infantil y jugueton, “joterías” claro es, pero me gusta hacerme pendeja porque yo no soy gay y me interesaba saber lo que opinaban los demás de mi presencia e intrusión.
Bailamos y bailamos y entre canción brindamos, no sé cuánto tiempo, ni cuantos mililitros pasaron, pero una cosa anula a la otra así que lo de menos es fijarse en eso, casi cuando ya mero me iba, llegó Rogelio, un joven (a mi me pareció muy joven) con pinta de albañil la neta no sé cómo describirlo mejor, se sentó en la mesa de enseguida con un montón de hombres pero lo recuerdo bien porque cruzamos miradas y sonrisas un par de veces y como la entrada al baño (que carece de puerta) me quedaba de frente, me gustaba fijar la mirada de vez en vez para ver los besos que se daban quienes entraban uno después de otro, a veces presentes en la misma mesa del bar a veces de esquina a esquina pero percibiendo esa tensión sexual y lasciva que no hay como medir y rebasa la distancia y la edad.
Rogelio me cachó viendo, y no pude nomás que reír a carcajadas, hubiera querido llevar una cámara (como siempre) pero hay cosas que sólo pueden quedar en la memoria, capturarlas sería contaminarlas, sería eso “capturarlas” y mantenerlas cautivas, pero esas cosas son y deben de ser libres. Entonces me sacó plática, de dónde eres? qué haces aquí? soy de aquí o de allá y estoy viviendo, no recuerdo que contestaban después de muchas veces decir eso, luego empezó a hablar de literatura, había leído todos los libros que yo he leído más muchos otros que no, estoy muy lejos de ser una erudita, e incluso batallo para encontrar nuevas palabras, eso es síntoma de lo mucho que me hace falta leer, pero me gusta leer, lo disfruto y cuando se terminó una canción después de recitarme un verso completo de Romeo y Julieta de Shakespeare le dije con toda sinceridad: que impresionante la verdad yo te veo en la calle y no doy ni 5 pesos por ti, que vergüenza escribir esto ahora, cómo si fuera la gran mierda, pero esa es la verdad y él lo vió como un halágo más que como insulto, en realidad Rogelio es un señor de 43 años pero tal vez las letras le han restado como 20 de encima, lo último que me dijo fue: “si no fuera gay, estaría enamorado de ti”…. Y para rematar con mi sinceridad yo no sé si tomarlo como hálago o llorar de tristeza pero me pareció un pequeño párrafo muy bello, más significativo que sus versos de Romeo y Julieta para escribir.
Me despedí de todos y cada uno de los que compartieron la noche, era tarde y era domingo día del señor de los tacos, tenía mucha hambre y al día siguiente mucho trabajo.
Antes de bajar la escalera me tomaron del brazo, un travestí que estaba desde antes que yo llegara a dicho lugar, traía un vestido rojo, muy apretado, peluca rubia y tacones de plataforma con diamantina rosa, recuerdo que le gustaba bailar cumbias y entre vueltas se subía el escote, cómo para que el relleno no se le saliera o por pudor, me dijo: -Eres hermosa, gracias por venir -Muchas gracias le dije mientras la abrazaba. Me contestó:-Mucho gusto, Mariana, me reí mucho y le pregunté cómo sabes mi nombre? y me dijo tu también te llamas Mariana? (esto me pasa seguido), nos volvimos a dar un abrazo muy fuerte.
Salí de ahí con esa sensación placentera, esa que dejan los espacios viejos, las paredes resquebrajadas y las rockolas desactualizadas que te hacen bailar con cualquier canción porque todas te recuerdan un momento de tu vida, yo no sé que es la felicidad pero esos instantes se pueden acercar a mi percepción de la misma, salí de ahí con admiración, con una historia y con mucha hambre.
Mariana Chávez Berrón, nació en Ciudad Juárez en 1989, actualmente anda buscando muchas cosas en el Distrito Federal, es fotógrafa, investigadora de la memoria, visual, poética, amante de reír a carcajadas y también últimamente tiende a permanecer en silencio, fanática de los contrastes, fronteriza. Licenciatura en Artes Visuales – Maestría en Estudios y Procesos Creativos en Arte y Diseño por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.