En 1978 Vanessa Redgrave recibió un Oscar por su actuación en Julia, una cinta que narra la historia de una mujer asesinada por los nazis a causa de sus convicciones durante la Segunda Guerra Mundial. En la víspera de la ceremonia, un grupo sionista protestó por la nominación de la actriz británica debido a que el año anterior Redgrave había producido The Palestinian, un documental sobre la lucha del pueblo palestino contra las tropelías del estado de Israel. Al momento de recibir la estatuilla, Redgrave agradeció a la Academia haberse mantenido firme y resistido los cuestionamientos de la derechista Jewish Denfense League, a la que calificó como un grupo de ¨rufianes sionistas¨ y también por haber asestado un golpe final al McCarthismo. Se refería a la cacería de brujas encabezada por el senador anticomunista Joseph McCarthy en la década de los 50. Durante esa época, una larga lista de actores y directores de Hollywood, muchos de ellos judíos, fueron vetados debido a sus simpatías con la izquierda. Mientras hablaba, Redgrave, militante trostkista, fue abucheada por una parte del público, y ovacionada por otro sector. Terminó su breve discurso prometiendo que mantendría su lucha contra el fascismo y el antisemitismo. No era la primera ni sería la última vez que la ceremonia de entrega de los Oscar se convertía en un foro político.
En 1973 Marlon Brando ganó el Oscar por El Padrino, pero no asistió a la gala; en su representación subió al estrado Sacheen Littlefeather, una dirigente apache que anunció que el actor rechazaba el premio en protesta contra las representaciones negativas de los indios americanos en Hollywood y en la televisión. También se refirió al llamado incidente de Wounded Knee, en el que dos personas fueron asesinadas y el activista africano americano Ray Robinson fue desaparecido. Poco después, Brando explicó en entrevista a Dick Cavett que había decidido ceder su espacio porque pensó que era una gran oportunidad para que los pueblos americanos originarios se expresaran con su propia voz ante 85 millones de televidentes. Brando explicó al entrevistador que alguna gente se inconformó con su gesto porque eran incapaces de comprender la profundidad de las heridas que dejaban las representaciones negativas de las minorías en la pantalla.
Recientemente, Alejandro González Iñarritu obtuvo varias estatuillas por Birdman. Al tomar la palabra después de recibir el Oscar por el mejor largometraje, el cineasta dedicó el premio a los compatriotas mexicanos que viven en México y elevó una plegaria para que pronto ¨podamos construir el gobierno que merecemos¨. También lo dedicó a los mexicanos residentes en Estados Unidos y pidió que se les tratara con el mismo respeto y dignidad con que se había tratado a los inmigrantes que llegaron antes ¨a construir esta increíble nación de inmigrantes¨. Las palabras del cineasta fueron precedidas por un dislate humorístico de su amigo, el actor Sean Penn, quien al anunciar al ganador preguntó con sorna: ¿pero quién le dio la tarjeta verde a este hijo de puta? Es evidente que la intención de Penn no era hacer un comentario racista o antimigrante, sino todo lo contrario; más bien tuvo la inoportuna ocurrencia de remedar la percepción de un sector del pueblo norteamericano que cree que los mexicanos y centroamericanos llegan a Estados Unidos a quitar el empleo a los trabajadores locales. Esa corriente de opinión tiene una expresión importante en los medios de comunicación y en el Congreso de ese país. Su consecuencia es impedir que avance la reforma migratoria integral, promovida por los sectores más progresistas. El repudio de muchos al comentario de Sean Penn habla de lo profundo de las heridas a las que se refería Brando en 1973 y del poder político diferenciado de las minorías en Estados Unidos; Penn no se hubiera atrevido a decir algo equiparable a un actor africano americano. Y un chiste migratorio no hubiera funcionado con Eddie Redmayne, el actor inglés que ganó el Oscar al mejor actor. La premisa de este tipo de humor es que los latinos en Estados Unidos están siempre bajo la sospecha de ser residentes ilegítimos.
El mexicano le siguió la corriente a su amigo afirmando que tal vez el próximo año el gobierno impondría nuevas reglas migratorias a la Academia para que los mexicanos no ganaran premios tan seguido. No hay duda que el humor puede ser una poderosa estrategia política, pero es un arma de doble filo. Al chancear de esa manera, Penn trivializó una problemática que afecta a millones de migrantes.
González Iñarritu no tiene la sofisticación política de Vanessa Redgrave y, dicho sea de paso, no conoce la historia de las migraciones a los Estados Unidos. Las comparaciones son odiosas, pero sirven para iluminar matices. Cuando Redgrave hizo aquel discurso, tenía una larga militancia dentro del Workers Revolutionary Party, un partido de orientación trostkysta, crítico del régimen comunista soviético y del fascismo que representa el estado de Israel. Para ella, producir un documental pro palestino y encarnar la vida de una mujer que se enfrentó a la Alemania nazi eran acciones anti fascistas complementarias: dos facetas de la misma lucha. La congruencia de Redgrave se mantuvo con los años; en la última década ha criticado la llamada Guerra contra el Terror y denunciado la cárcel de Guantánamo, equiparándola a un campo de concentración.
En contraparte, es evidente que Alejandro González Iñarritu y Sean Penn no tienen un vínculo orgánico con el descontento social y las luchas que lo expresan. No extraña entonces que quien hablara por boca del actor norteamericano haya sido la vertiente antimigrante de Estados Unidos —no se sabe otro chiste—, y que por la del cineasta mexicano hablara la del migrante agradecido que exalta el cliché nacional de la bien avenida nación de migrantes. Habrá quien diga que son otros tiempos y que éstas son diferentes formas de hacer política. Sin embargo, sigue siendo importante revisar nuestra posicionalidad antes de abrir la boca. El valor cívico de González Iñarritu es inobjetable, sobre todo en este momento en que el gobierno mexicano intenta a toda costa que demos vuelta a la página a lo sucedido en Iguala el año pasado. A unas semanas de que los padres de los normalistas de Ayotzinapa emprendan una caravana por Estados Unidos, personajes como González Iñarritu y Sean Penn podrían poner sus privilegios mediáticos y políticos al servicio de las voces que el estado mexicano pretende silenciar, y en las que se cristaliza la encrucijada por la que atraviesa México actualmente.
JuárezDialoga ha invitado a Willivaldo Delgadillo a colaborar por su amplia trayectoria como activista social en la región fronteriza de Ciudad Juárez. Escribió y publicó las novelas La virgen del barrio árabe, La muerte de la tatuadora y Garabato; y fue integrante del Movimiento Pacto por la Cultura. También, Willivaldo fue profesor de la Universidad de El Paso, Texas. Actualmente estudia su doctorado en la UCLA.