Parece que la feria del libro, en Ciudad Juárez, se ha mudado de Misiones a Cibeles. Esto ha despertado una rápida serie de comentarios entre mis amigos y amigas: flota en el ambiente, aunque aún no lo verbalizan como tal, la idea de que ha triunfado elitismo sobre el acceso masificado que proporcionaba el estacionamiento del centro comercial más caro de la ciudad. ¿Acaso no es lo mismo pagar 300 pesos por el libro de Tusquets en Cibeles que en Misiones? En todo caso en Misiones existe la opción de pagar el VIP de los cines ya con el libro bajo el brazo. Podría jurar que mis amigos y amigas que he visto en las ferias del libro en Misiones me los he encontrado alguna vez en Cibeles, ya sean vestidos de auténtica etiqueta o con ropas que dan el gatazo para entrarle al bailongo en la quinceañera, la boda, la graduación: quién sabe qué fenómeno variopinto, a menudo agradable, sucede en la clase media de Ciudad Juárez (ese sería tema en una larga discusión).
Las ferias de los libros son un negocio, sobre todo para las grandes editoriales y los distribuidores. Creo que en menor medida para las editoriales independientes (quizá las marginales aquí caben también) y las editoriales universitarias y estatales (las institucionales, en fin) tienen buenas ventas, aunque que su función es más de promoción y difusión de conocimiento que negocio. Ahora bien, nunca he estado en alguna feria de libro donde haya una gran oportunidad de encontrar libros, novedades, a un precio barato. Incluso, los he visto más baratos Sanborns, la misma novedad, el mismo título, al mismo tiempo. Así que eso de “aprovechar las ofertas” es solo una ilusión similar a las que podemos encontrar en la “exponovia 2016”. Tampoco podemos decir que, sobre todo ya con el advenimiento de los pedidos por Amazon y demás compañías, no tengamos acceso a libros, de los que considerábamos “inconseguibles” en otros años (de novedades y no de bibliófilos hablo). Quizá el valor de una feria del libro es que encontramos varias (o muchas, dependiendo de la importancia de la ciudad, claro) editoriales reunidas en un mismo lugar, así que no tendríamos que desplazarnos las grandes distancias en busca del libro. También las ferias del libro a menudo sirven para lectores primerizos y un poco desinformados que buscan entre los montones de 50 pesos que remata Editores Mexicanos Unidos y otras editoriales refriteras de clásicos modificados a su antojo. En fin, habrá diferencias de opinión en cuanto a la función que desarrollan esas editoriales de papel blanco enceguecedor y cajas gigantes con letras pequeñas: ¿formación lectora o asusta-potenciales lectores?
Las ferias a menudo llevan eventos literarios interesantes, cierto: reunión de escritores consagrados, el marginal que ha sacado un libro que nos venden como revolucionario, la última escritora vanguardista o el autor rey del mundo queer; sin embargo, difícilmente lo que pueda decir un escritor es mejor que su libro (releamos a Zaid, que es agudísimo en el tema). Pero eso suele suceder en grandes ferias de libros (los grandes escritores invitados), ya saben en cuales; en las ferias pequeñas todo empieza a tener un tufillo endogámico, autores y autoras locales que reclamamos nuestros espacios o aceptamos participar a donde nos inviten sin considerar al pobre público que nos ve la carota año con año, mes con mes, en los cafés y en los espacios que cada vez son más en esta ciudad de grandes lectores. Todo esto para decir que ya sea Cibeles o Misiones, siento que es la misma gata… No porque se trate de Ciudad Juárez, sino por la naturaleza misma de las ferias: libros caros, mesitas con presentaciones de libros amenizadas con chistecitos pícaros y una que otra controversia interesante en el mejor de los casos. Quizá debamos recordar que las ferias de los libros surgieron, hace siglos ya, dentro de eventos mercantiles donde se vendían otros productos: allí su pureza de compra-venta, de mercado.
Que la feria del libro se lleve en Cibeles o en Misiones tiene el mismo valor sectario; mientras los libros estén caros se marginará al que no tiene dinero o se le confinará a comprar ediciones mutiladas o mal editadas. No es problema de organización, siquiera, es un problema profundo en las ferias del libro en México y quizá en el mundo: se trata de money, dinero, guita; son negocio y los negocios quieren vender y vender lo más caro que se pueda. En el fondo lo que se vende en estos eventos es la ilusión de pertenecer a un mundo culturoso, intelectual de medio pelo: se recorren los pasillos, se compran dos o tres libros, se escucha al artista local.
No me opongo a las ferias del libro: debieran distribuirse en el centro de la ciudad, en Parajes, en Anapra y en Cibeles: que cada quien adopte la figura intelectual que desee, ya sea el traje Snob, el de pobre pero leído, la luchadora por las causas justas o el cosmopolita de pashmina viril, al fin que somos buenos camaleónicos en esta ciudad. Que cada quien gaste lo que quiera y pueda. Sin embargo, si el objetivo es traer oportunidades culturales a esta urbe creo que los enfoques de los eventos debieran variar y tener mayor imaginación, no solo el viejo truco del público cautivo, esos estudiantes llevados en camiones y sentados en presentaciones que les llenarán las ansias de rencor hacia lo que se les dice que es literatura: luego viene el desencanto profundo, duradero por los libros; ellos resolverán que la literatura es aburrida o que nos sirve para la superación personal. Abogar por una feria del libro de estas características, ya sea en Misiones, en Cibeles o en el Km. 27 es pedir que se reproduzcan modelos doctrinales de uno de los consumismos más caros y elitistas que conozco: la compra de libros.
JuárezDialoga ha invitado a colaborar a Diego Ordaz. Diego es narrador y editor. Autor de la novela Los días y el polvo (2011).