Mucho se ha discutido acerca de la imposibilidad de que la prensa pueda ser objetiva. A partir de la crítica de la modernidad, parece haber consenso en que así es: el ejercicio periodístico no puede ser objetivo, ya que es realizado por un sujeto (subjectus) por lo que resulta, necesariamente, subjetivo. Sin embargo, hay de posiciones a posiciones subjetivas dentro del quehacer periodístico. Uno de los peores es el amarillismo.
El concepto amarillismo periodístico se liga al magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst (1863 – 1951), quien tenía como interés prioritario vender el mayor volumen posible de ejemplares antes que ofrecer información confiable. Exageraba las notas y presentaba en primera plana las que resultaban alarmistas. Algunos medios locales, unos en papel y otros digitales, hacen exactamente lo mismo.
La prensa es un negocio y, por lo tanto, debe dejar ganancias, pero el amarillismo olvida que la prensa tiene también un objetivo social inherente a la deontología informativa que es, según Ernesto Villanueva, “el conjunto de principios éticos asumidos voluntariamente por quienes profesan el periodismo por razones de integridad, de profesionalismo y de responsabilidad social”.
Debo reconocer que la mayoría de las personas que ejercen profesionalmente en los medios de Ciudad Juárez están preocupadas por la difícil situación social que vivimos y quieren contribuir, de la mejor manera que les es posible, a mejorarla. Aquí no radica el problema. El problema está en su falta de capacidad para hacer una crítica profunda, que es indispensable en estos momentos.
Nuestra sociedad es moralista, que no moral. El moralismo es esa actitud cómoda que reproduce acríticamente la letra de los códigos morales, sin ir al espíritu, a la intención del código. No representa un gran esfuerzo el tratar de repetir lo conocido sin someterlo a la reflexión y a la crítica. La mayoría de las y los profesionales del periodismo local carecen de esa capacidad crítica, por lo mismo se tornan en reproductores del moralismo social.
A lo anterior podemos añadir que en una situación de crisis es común que las personas se refugien en lo ya conocido (recuerden ustedes la estrategia de George W. Bush: provocar el terror para ser reelecto), que en México nos remite casi irremediablemente a lo religioso, sobre todo en sus dimensiones mística y mágica.
Se transparenta en muchas notas escritas y en muchas editoriales habladas el moralismo uncido a las iglesias. Muchos reporteros y reporteras pero sobre todo editorialistas, se creen a salvo si repiten las ideas no desinteresadas de los líderes de las distintas iglesias a quienes imaginan ultra terrenos. La repetición ad nauseam de frases sin sentido como “la pérdida de valores”, “educar en valores”, “leer la Biblia”, “la defensa de la familia”, “las drogas destruyen: diles no”, y otras, no son sino consignas de líderes cuyo interés último es el poder y el dinero. Pero nuestro periodismo es incapaz de reconocerlo.
Escribir editoriales o improvisarlas frente a un micrófono o una cámara de televisión sin antes haber hecho un análisis concienzudo de la realidad social, es una forma de amarillismo. Es el amarillismo que busca vender por vender y repetir por repetir, pero que no abona casi nada a la sociedad a la que debiera servir, y de la que se sirve. Es la estrategia que busca no incomodar a esa sociedad a la vez que no la invita al debate de las ideas. Es un periodismo que no ofrece alternativas, sino solamente el añejo moralismo que es causa, entre otras, de la desastrosa situación que estamos padeciendo: ofrece apagar el incendio con turbosina.
JuárezDialoga invita a Efraín Rodríguez a participar como articulista por su compromiso con la sociedad de Ciudad Juárez. Efraín es maestro en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y entre otros, ha incursionado desde hace muchos años en los medios de comunicación participando en una variedad de temas, pero sobre todo, para desde su profesión como sexólogo promover la aceptación de la diversidad sexual.