Escribo esto motivado por dos eventos: por un lado, se cumplen dos años de la muerte de Emmanuel Carballo; por otro lado he señalado en otra ocasión la falta de crítica en el pequeño contexto literario de mi ciudad. Después de los dos humildes textos que he publicado, además de un blog que surge también de la angustia por comunicar mis ideas, nace de otro capricho la necesidad de transcribir lo que pienso sobre la figura del crítico literario, así como reflexionar acerca de por qué es tan necesaria la crítica en determinado grupo literario que pretende consolidarse con el axioma “hacemos literatura para…”. Antes que nada: no busco consolidarme cual profeta místico que trae consigo la revelación y el avance, la civilización. Tampoco ofrezco recetas, aunque existan muchos escritores de “recetas” que andan por ahí.
En efecto, la comunidad literaria en la que habito es simple, humilde: no se busca la trascendencia, no se pretende escribir la última gran novela. Se escribe, pues, por dos motivos: 1) para comunicar algo; 2) para vender algo. La falta de ambición es justificable, claro, y se plasma en las reseñas que se escriben sobre la literatura local: no se sabe de qué hablar, no hay algo que valga la pena, nada que pueda ser criticado. Sí se habla sobre aquella borrachera, aquel personaje, aquella anécdota. Reniego de esta postura modesta puesto que se ha renunciado a escribir bien, a la estética, a la armonía entre el tema y estructura, a la manera en que se aborda la trama. No hay oficio de escritor: es un negocio. No hay compromiso con la literatura: hay compromiso con el espectáculo. Pero eso sí, son escritores humildes, matrimoniados con la cultura…
Por otra parte el trabajo del crítico literario es mucho más complejo y desalentador. Pocos escritores (los que sí son imprescindibles) se ganan enemigos escribiendo una novela o un cuento. El crítico, salvo gracias a los milagros del espíritu santo, no publica libros. Sin embargo debe considerar que si existe una crisis de lectores, los pocos que hay, pese algunos apasionados e interesados, no perderán su tiempo lector en crítica literaria. Así que un crítico debe renunciar primero a los lectores. Habrá pocos, los necesarios pues se apasionan e interesan.
La crítica literaria pretende ser una reflexión del tiempo (cualquier tiempo). Su trabajo está cercano al azar, al ensayo y el error, antes que a la precisión: trabaja con el presente y por lo tanto está determinado por la incertidumbre del porvenir. Pocas veces acierta (cuando lo hace inventa otra ficción), pero siempre cambia la perspectiva de una obra: orienta un tipo de lectura. Sin embargo en lo general un crítico es lector de su tiempo y del devenir. Así que debería ser sensible al cambio, a la novedad, sin desestimar o sobrevalorar la tradición, el pasado.
Alfonso Reyes en “Apolo o de la literatura”, ensayo de cabecera para todo crítico, expone con lucidez que justo después de la voz colectiva, el canto de la comunidad, surge una separación: el individuo, el poeta, alguien que dice “esto es mío”. De inmediato, casi desde la sombra, semejante a un reflejo perverso, aparece el crítico que dice “mientes, esto es de ellos”. Al nacer del mismo tronco, quien emite un juicio estético confirma la propia estética: hay poesía en la crítica. Entonces un crítico literario no escribe desde la envidia: también es un creador.
Al dialogar solo con las obras, solo con el elemento literario o artístico, el crítico renuncia a la amistad. Cualquier confirmación sentimental de lo real, cualquier elogio entre “compas” que aparece más por una relación fraternal que por un amor hacia la literatura, desestima el trabajo de quien “analiza”. Hay lugares para este tipo de “Krítika”: la contraportada de los libros; las instituciones; los folletines universitarios; la basura. El compadrismo es el mayor cáncer de la literatura: mortal y común.
Por su parte el crítico que ha renunciado a la figura del artista y apuesta por el arte en sí, debe considerar un conflicto que atañe a lo personal: la aparición del enemigo. Las enemistades surgirán por naturaleza. Y la violencia verbal, las amenazas, los insultos serán el pan de cada día para la persona que ha optado por la sinceridad antes que el elogio forzado, ridículo, aburrido.
Emmanuel Carballo se autoreseñaba como un “mal necesario”. Semejante será a la varicela que debe transmitirse en virtud de una salud futura. Por supuesto: si el mal necesario llega tarde, puede ser mortal.
En cada grupo literario debe existir por lo menos un crítico: alguien que prefiera la verdad al sentimiento. Incluso aquel que trabaja en la soledad debería tener a alguien que emita juicios y comentarios sobre su obra. Puede ser él mismo. La autocrítica ofrece salidas más sanas. Estar dispuesto a desdoblarse y darse cuenta a tiempo del error hace sencillo evitar conflictos mayores. Siempre será necesaria la polifonía en la opinión, el enriquecimiento de la dialéctica.
Concluyo, más que con una propuesta, con un señalamiento crítico. La literatura no solo versa sobre publicar, comprar y leer libros. Una comunidad literaria en la que no existe una revista literaria es una comunidad decapitada. Aquí hacen falta revistas de calidad, puesto que son precisamente éstas las que ofrecen la virtud de crítica y renovación estética que se ha señalado. Dos o tres que publiquen a ciertos académicos, escribidores y compas no son suficientes.
Antonio Rubio Reyes (1994). Estudia Literatura Hispanomexicana en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Coordina democráticamente el taller de creación Desmadre literario. Hablando de talleres, participó en 2014 en un taller de poesía impartido por el poeta Jorge Humberto Chávez y formó parte del Colectivo palabristas. Ha colaborado en las revistas Paso del Río Grande del Norte, Cuadernos Fronterizos, así como en Bitácora de Vuelos.