En la serie The game of thrones, uno de los mejor y más memorables episodios de la última temporada (atención a quienes no han llegado a esta última parte de la serie), es la muerte del arrogante rey Joffrey Baratheon. No sólo por la forma inesperada y peculiar de su asesinato, envenenado hasta convertirse en una mancha azul con morado el día de su boda, sino por la forma en que este personaje se había metido en el imaginario de quienes seguimos la serie. Joffrey es el villano ideal, el blanco más fácil para odiar: un niño mimado por su madre, nacido en la cuna del poder y la riqueza, soberbio e inútil a la vez, una combinación muy conocida en la política mexicana, condenado a ocupar injustamente el puesto de rey, que abusa de su poder para convertir a su reinado en un tablero de ajedrez en donde él pone las reglas para asegurarse la victoria. Por lo tanto, su muerte fu dulce, y fue memorable porque se sentía necesaria.
Cuando escuché por primera vez de la regidora Carolina Frederick, representante del Partido Revolucionario Institucional en el municipio de Juárez, no pude imaginarme a otro personaje que encajara mejor con lo que veía y leía. Después de conocerla brevemente en la oficina de su canal de televisión (que los contenidos del canal deberían ser la peor carta de presentación para alguien que ocupa un lugar en la política), la imagen de una niña reina, convertida en la heredera natural de un imperio en donde la gente y las ciudades son el mapa en donde juegan las personas del poder, en donde han construido la fuente innegable de riqueza que les permite estar siempre en esos puesto que les garantizan, en todos los plazos posibles, estar siempre ahí, en las zonas del privilegio de las decisiones públicas y privadas de las ciudades, mi primera impresión no estaría para nada equivocada.
Carolina, esa pequeña mota que flota en un espacio entre la política reciclada del viejo y abusivo priísmo y los contenidos televisivos basura, es un Joffrey Baratheon en todas las dimensiones probables. Es el blanco fácil en el que se vierten nuestros más racionales e irracionales odios. Es el personaje de una novela creado para ser odiado, porque representa todas esas cosas que nos han dicho debemos odiar: el compadrazgo, la ignorancia, el preferentismo, las actitudes déspotas de la clase privilegiada, los hijos de los caciques de la ciudad que nos presumen no cuántos cortes de carne se pueden comer, como lo hacían sus padres, sino cuántos títulos universitarios se pueden pagar.
Pero así como Joffrey, la muerte de estos personajes se vuelve dulce y placentera. Existen, así como en The game of thrones, para que, al desaparecer, ensombrecidos por el miedo de su propia muerte, aunque sea sólo en ese universo literario, los súbditos creamos que aún es posible un poco de justicia.
Juan Manuel Fernández Chico es co-fundador del Colectivo Vagón y director de la película El Heroe. JuárezDialoga lo ha invitado a participar por su compromiso con el trabajo colectivo en el quehacer artístico en Ciudad Juárez.