Desde el anuncio de su visita, el Papa levantó fuertes expectativas sobre el sentido de su presencia en México y en las ciudades que acudiría, particularmente Ciudad Juárez. No hubo quien dejara de imprimir a esas expectativas sus propios anhelos o fantasías. Para no pocos empresarios locales, la inminente visita de Francisco anunciaba una importante derrama económica. Para autoridades y funcionarios de los niveles de gobierno local y estatal, supuso una oportunidad de demostrar al mundo entero el éxito de las acciones de gobierno que produjeron el milagro de la recuperación la ciudad, luego de la crisis de violencia del periodo 2008-2012, cuando la ciudad llegó a ocupar primeros lugares de la lista de ciudades más violentas del mundo. Para los medios de comunicación, los pormenores de la visita se convirtieron desde el primer momento en un insumo del espectáculo mediático. Para muchos activistas de la sociedad civil, la visita de Francisco tenía la finalidad de desnudar los males que carcomen a la sociedad mexicana (violencia, corrupción, desigualdad y pobreza) y esperaban sus palabras fueran de denuncia y consuelo para las víctimas de esos males. Suponían que su presencia aliviaría un poco el dolor de las miles de familias de esta ciudad, víctimas de feminicidios, desapariciones forzadas, homicidios y secuestros, por lo que, en suma, ayudaría a que esta ciudad dejara de ser el “epicentro del dolor”, como la nombró el poeta Javier Sicilia. Y para cientos de miles de creyentes católicos, aunque el Papa no dijera nada sobre esos males, la expectativa parecía ser tan solo que su presencia trajera consigo bendiciones, alegría o consuelo a la ciudad; una ocasión única para admirar de cerca a un personaje de relevancia mundial e histórica.
En fin, fueron muchas las cosas que cada quien esperaba de la presencia de Francisco en suelo mexicano. Yo mismo, al recordar los hechos y dichos del Papa en su pasada visita a Estados Unidos, así como sus posturas abiertamente críticas del capitalismo y de los privilegios, liberadoras de los tabús y atavismos católicos respecto a la pederastia, homosexualidad y aborto, tuve la fantasías de que vendría a Ciudad Juárez a algo más que predicar en el desierto: llegaría a lanzar del templo a latigazos a los usurpadores, mercaderes y funcionarios del César. Los mexicanos y juarenses, y en especial quienes han sido víctimas de las múltiples violencias día tras día, quizás esperábamos un retazo de justicia compensatoria divina. Una justicia salida de la boca de un Papa que, a diferencia de sus dos antecesores inmediatos, se ha distinguido por su denuncia de la desigualdad, discriminación y violencia padecida por millones de personas en el mundo, como la clase trabajadora, las mujeres, niños y migrantes.
En ese ambiente de expectación, la ciudad se inundó de obras, actos y símbolos que reflejaron nítidamente la explosión de los anhelos de unos y de otros. Las noticias de televisión y medios impresos abundaron en las declaraciones de funcionarios eclesiásticos y del gobierno federal sobre los propósitos explícitos (lo que haría o no haría) de la visita del Papa, en tanto jefe de Estado del Vaticano y líder del catolicismo en el mundo, así como en banalidades sobre la manufactura mexicana del papamóvil o los platillos reservados para su consumo. Se hicieron notorias las obras de construcción del lugar donde se llevaría a cabo la misa y de embellecimiento (maquillaje) de la ruta por la que habría de transitar, con semáforos y señales nuevas para mostrar a su paso una ciudad equipada, limpia y ordenada, que contrastaron con la pinta de cruces negras sobre fondo rosa realizadas en esas misma ruta por madres de víctimas de feminicidios. Proliferaron grandes espectaculares de bienvenida, que aseguraban estar listos y orgullos de su visita, sin faltar el sello de las más grandes empresas de la ciudad y frases de amor y esperanza. Hubo campañas de cartas dirigidas al Papa, como la emprendida por el gobierno municipal invitando a los fieles a escribirle en un solemne y grueso libro blanco; la publicación de una sección en los diarios digitales invitando a los lectores a compartir “sus pensamientos sobre la visita del Papa”; y las inserciones de “cartas abiertas” pagadas por activistas de las sociedad civil dirigidas a él para hacerle saber las injusticias que padece la población. También, hubo programas de televisión y eventos académicos donde se analizaron diversos temas, como la migración, que se sabía eran de su interés.
Entre esos eventos académicos, hubo uno realizado a mediados de enero donde se expusieron justamente algunas de estas esperanzas y se reflexionó sobre los posibles impactos de la visita del Papa. De lo dicho en ese evento, donde académicos, sacerdotes y periodistas expusieron sus puntos de vista sobre lo que podrían esperar los juarenses de su visita, quedó en claro que asistíamos a un hecho de escala global e histórica que catalizaba o hacía evidente (como antes ha ocurrido con otros asuntos como los feminicidios, la violencia asociada al narcotráfico, la militarización y el rol de la industria maquiladora en la ciudad) la profunda polarización social y discursiva prevaleciente en la sociedad juarense. Asimismo, las opiniones permitían prever que posiblemente durante la visita los actos y pronunciamientos del Papa no responderían plenamente a las expectativas más extremas de esa polarización; que dejarían insatisfechos a muchos por lo que dijera e hiciera, o callara y dejara de hacer. Y esto fue precisamente lo que sucedió.
El Papa fue para todos y para ninguno. Un Papa incómodo para el gobierno mexicano y para la misma jerarquía católica nacional, pero sometido al protocolo diplomático, secuestrado por el Estado Mayor, y finalmente dócil y funcional para un presidente mexicano que sale ganando con su visita. Un Papa crítico del capitalismo y la desigualdad, del lucro y el capital, pero reunido con un supuesto mundo del trabajo representado casi exclusivamente por el empresariado. Un Papa reiterativo en la denuncia genérica de la violencia, corrupción y narcotráfico, pero distante de los grupos de victimas que buscaron acercarse a él o esperaban siquiera alusiones específicas de sus tragedias. Un Papa que habló de perdón y abrazó a los presos en un reclusorio, pero fue adusto con las víctimas que aún claman justicia. Un Papa cansado, abrumado y quizás desconcertado, que al concluir su periplo por nuestro país declara resultarle incomprensible la sociedad mexicana, un pueblo mítico que en medio de la tragedia hace fiestas y en la que reconoce un gran caudal de esperanza. Un “Papa que no” (parafraseando a Ibargüengoitia) predicando misericordia y diálogo a una sociedad dividida y polarizada, donde quizás la única esperanza íntimamente compartida por todos, era que cada quien deseaba para sí mismo un Papa a la medida. Algo imposible. Un Papa al que acaso solo escucharon los fieles muy fieles, que no esperaban otra cosa sino estar cerca de él, para sentir auténtico gozo y alivio en sus palabras. El misterio de la fe, o el que tenga ojos y oídos que vea y oiga.
Al final de cuentas, vimos a un Papa Francisco frente a una realidad mexicana y juarense difícil y compleja, con una sociedad pulverizada, vulnerable, insatisfecha y enojada; con gobierno cínico y todavía con muchos recursos disponibles para ejercer el control social y político, capaz incluso de montar con habilidad una realidad mediática paralela y ponerle traje al invitado. Terminada la visita, quedan para la reflexión los impactos a corto, mediano y largo plazo de un evento singular que movilizó la energía de prácticamente toda la sociedad juarense. ¿Contribuirá su visita a cambiar las condiciones de pobreza, violencia y vulnerabilidad que viven miles de mujeres, niños, jóvenes y trabajadores? ¿Podremos presenciar en estas tierras el despertar de una nueva conciencia para el cambio social inspirada en sus palabras? Estas son algunas de las preguntas para el futuro. Que se respondan afirmativamente, dependerá de la disposición y capacidad de la sociedad juarense -gobierno, élites, sociedad civil, clase trabajadora- para asimilar y actuar de manera congruente con el centro del mensaje papal: transformador, tolerante e igualitario. Ojalá. Por lo pronto y luego de la explosión de la esperanza solo queda esta realidad. La dura realidad.
JuárezDialoga ha invitado a Héctor Padilla a colaborar por su trayectoria académica como estudioso de Ciudad Juárez y el tema de la frontera. Así mismo, por su contribución y reflexión sobre el tema específico de la cultura. Héctor, también como académico ha apoyado en distintos momentos diversos movimientos sociales y fue co-fundador del Movimiento Pacto por la cultura.