Hasta hoy pude escribir esta reflexión. Me llevó muchos días articular palabra acerca del abuso institucional, social y mediático que se cometió en días pasados en contra de dos jóvenes mujeres que fueron encarceladas en Ciudad Juárez; una por interrumpir su embarazo y la otra por auxiliarla. Hoy se publicó en el Diario de Juárez que después de una semana en el reclusorio, salieron las dos jóvenes porque una de ellas fue violada y golpeada en la cárcel, de tal manera que tuvo que ser trasladada en silla de ruedas ante el juez. Esto me dolió, pues nos confronta de nuevo con la realidad lacerante que viven las mujeres de los sectores más vulnerados de la ciudad. Me pesó el silencio, por eso mi reflexión.
Es evidente, que legislar a favor de la interrupción del embarazo no se logrará mientras dependamos de personas que no necesitan el permiso de nadie para decidir sobre su cuerpo, especialmente los hombres. Pero sabemos que la “libre decisión” sobre nuestro cuerpo no depende sólo de la ley, depende de la solvencia económica de las mujeres o de sus familias. Con esto, me refiero a que a muchas mujeres con recursos no les afecta si se legisla a favor o en contra. Públicamente se manifiestan en contra, aunque hayan tomado alguna vez esa decisión, pues es el secreto mejor guardado. Tan sencillo como que no necesitan pedirle permiso a nadie, ni a las iglesias, ni al estado, en muchas ocasiones ni a la familia. Tampoco les interesa el pecado aunque sean “muy religiosas”. El pecado se olvida con la solución y con el silencio social que las protege.
Ellas deciden sobre su cuerpo y en muchas ocasiones sobre el cuerpo de sus hijas. La interrupción del embarazo para las mujeres (de todas las edades) que pertenecen a familias con solvencia económica es el secreto mejor guardado. Quienes ocupamos una posición de solvencia económica, a lo largo de nuestra vida, sabemos de muchos casos, aunque a través del murmullo del chisme, “nadie supo, nadie sabe y nadie dice”.
Entonces. en esos espacios nadie denuncia, a nadie vejan o exponen los medios públicamente. Esto, no sólo porque los medios no tienen acceso a su vida privada, sino porque no tienen que dar cuenta a nadie de las decisiones que toman sobre su cuerpo. Ejercen la “la libre decisión” porque tienen la agencia social y los recursos para decidir. Pueden viajar al extranjero y realizarse una intervención segura, o aquí mismo, pues tienen las redes para conseguir una interrupción del embarazo de manera segura y privada. Está garantizada su privacidad. Tiene claro que su su cuerpo no es público.
No así las mujeres de escasos recursos económicos, ellas siempre son carne de cañón para la rapacidad de los medios y del todo el peso de la ley. Sus decisiones siempre están sujetas al escrutinio y escarnio público, no importa si fueron violadas, víctimas de incesto, porque a nadie le importan sus derechos, y menos aún su derecho a decidir. La negativa de las y los congresistas, en la mayoría de los casos, tiene como trasfondo una doble moral. Habría que preguntarles si a ellas, a sus hijas u otras familiares, o en caso de los hombres las mujeres que rodean su vida, si les gustaría que las decisiones que toman sobre sus cuerpos sean parte del escarnio público. Esto es parte del proceso de decidir y hablar por otras mujeres desde una posición de privilegio, para cubrir las apariencias.
Ha sido más fácil deslegitimar la lucha en pro de legalización de la interrupción del embarazo aludiendo a la supuesta “promoción del aborto”, y no como una medida de proteger la vida y la salud de las mujeres más vulneradas de nuestra sociedad. La postura de la libre decisión no promueve la interrupción del embarazo, lo que promueve es el derecho que tenemos las mujeres para decidir sobre nuestro cuerpo. Es necesario, aunque el argumento central sea el derecho a nuestro cuerpo, seguir preguntando, ¿en dónde está el estado y las iglesias cuando esos niños no deseados nacen para ser abandonados, maltratados, vejados, víctimas de pedófilos, de prostitución infantil, entre otras prácticas ejercidas sobre los cuerpos de los niños y niñas que nacen en esas condiciones de desamparo de todo tipo.
Concluyo con una plática que sostuve en días pasados con una amiga. Me comentó que en una misa, a raíz del caso de las jóvenes mujeres encarceladas, un sacerdote de Ciudad Juárez, expresó lo siguiente: “Las mujeres no son dueñas de su cuerpo. ¿Cuándo lo compraron? ¿Dónde está la factura? Es pecado que anden diciendo que son dueñas de su cuerpo” . Y bueno, pues así y aquí estamos, nada nuevo, seguimos igual, pegándoles duro a las mujeres más desamparadas, principalmente con nuestros silencios cómplices.
Publicado originalmente en Letras libres feministas. http://letraslibresfeministas.tumblr.com/