Hace algunos días se dio a conocer la noticia de un adolescente de 13 años, Ángel, que fue apuñalado en Parajes de San José. Según cuenta su madre, llegó tarde a la escuela y ya no le dejaron entrar. De regreso a su casa atravesó un baldío muy grande. Un hombre se lanzó sobre él responsabilizándolo de haberle asaltado y lo apuñaló en diferentes partes del cuerpo, incluyendo heridas en el hígado y los pulmones. Como pudo caminó hacia la única calle pavimentada e hizo la parada a una ruta universitaria, de las que van a Ciudad Universitaria. El chofer se negó a “subirlo” en esas condiciones, gravemente herido. Entonces Carlos, un estudiante de enfermería que iba en el camión se bajó para auxiliarlo. Con todo el apoyo que pudo darle, a pie, le ayudó a llegar al Centro de Salud, donde le dieron la atención inicial y luego lo trasladaron al Hospital Infantil.
No he podido quitar de mi mente las imágenes de estos dos muchachos: la del adolescente herido y la del universitario que en un acto heroico le salvó la vida. También he pensado mucho en el hombre que agredió a este niño.
El hecho me ha llevado a pensar en la situación de nuestros jóvenes, en las condiciones de vida en el suroriente, en la avaricia de quienes construyeron esos fraccionamientos perdidos en el desierto, sin escuelas, sin transporte accesible y seguro, sin posibilidades de atención médica en caso de una emergencia.
Me ha hecho preguntarme -no es la primera vez- por qué en las escuelas no se buscan otras formas de corregir, más educativas, más efectivas, más orientadas a la formación de los muchachos. Si llegan tarde, se quedan fuera; si hacen algo que violenta el reglamento, suspensión; si hay conato de bronca, suspensión, si llevan el cabello largo, suspensión; si manifiestan su descontento ante clases aburridas a las que no le encuentran ninguna importancia, suspensión. Este caso nos hace cuestionarnos sobre qué ocurre con los niños y adolescentes cuando están fuera de la escuela, qué riesgos corren… y también, qué les aporta, realmente, en términos educativos, dejarlos fuera de la escuela o suspenderlos.
Sobre el hombre que perpetró la agresión, me he preguntado: ¿Cuál es su historia? ¿Cómo llegó a esa urgencia de venganza? Vecinos de diversos fraccionamientos del sector (entre Electrolux y CU), declaran que el principal problema es la inseguridad y la delincuencia. En una conversación sostenida en un parque con un padre de familia, éste narraba que por seguridad se metían a sus casas a las seis de la tarde. Contaba que después de esa hora, pasaban en motos, asaltando. La gente platica con desesperación, cómo son las mismas personas las que roban y asaltan una y otra vez, y no pasa nada. “La autoridad no existe”. Ante tanta impunidad, la desesperación crece, los casos en que la gente busca hacer justicia por su propia mano aumentan y en casos como éste, se dirige hacia personas inocentes.
También he pensado mucho en quienes tuvieron la oportunidad de ayudar y por diversas razones no lo hicieron. En el chofer de la ruta, en los tripulantes de otros vehículos que observaron la escena: un joven auxiliando a otro que iba malherido… y no se detuvieron. ¿Qué pasó por sus cabezas? ¿En qué pensaron cuando estuvieron cerca? ¿Qué temores les asaltaron? ¿Qué juicios hicieron? Este punto me duele especialmente. Me duele porque creo que refleja la actitud que tenemos socialmente hacia nuestros jóvenes. La forma como nos desentendemos de sus heridas y de su sufrimiento. La forma como ignoramos sus formas de ser solidarios y comprometerse con otros.
Pero sobre todo esto, sobresale la imagen de Carlos, su actitud esencialmente humana, su forma congruente de actuar. Su acción, a pesar del espanto, nos conecta con la humanidad que somos, con la ternura convertida en solidaridad. Nos recuerda que de esa madera estamos hechos y que la solidaridad con quien se encuentra en situación de vulnerabilidad y sufrimiento es “misión de vida”. Como dijo Pablo Barac Angulo, su maestro, Carlos cumplió “su misión de vida”. Más allá de la admiración que sentimos por este joven, su acción es una sacudida y una invitación para cumplir la nuestra.
Nota: Este artículo se publicó primero en el Diario.mx y se reproduce con autorización del autor.
JuárezDialoga ha invitado a Lourdes Almada por su trayectoria de participación en la Sociedad Civil Organizada de Ciudad Juárez. Actualmente es académica en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ). Coordinó la Red por la Infancia en Juárez que fue creada en el año 2000 y contribuyó a articular organizaciones de la sociedad civil cuyo objetivo es trabajar por las niñas y los niños de Ciudad Juárez; proporcionando servicios de cuidado y educación infantil, formando adultos educadores, especialmente docentes, madres y padres de familia y realizando intervenciones comunitarias con propuestas dirigidas a la infancia. También, Lourdes formó el Consejo Ciudadano por el Desarrollo Social en Juárez.