Entre las monolíticas regulaciones de la Internet y las fundamentales posturas de una Internet libre, qué hacer para que el barco que representa la Internet no se hunda.
Cuando el barco se hunde, tenemos la opción de morir en él, como la orquesta que acompaña a los eternos infelices que jamás han tenido los medios para sobrevivir y ven cómo los demás se alejan en sus lanchas; o nadamos a la dirección que mejor nos parezca, agarrados fielmente a un pedazo de mueble buscando suerte en otro lugar, dándoles menos oportunidades a las circunstancias para que nos quite la vida.
Así es como veo el futuro de Internet. Como un barco que ha comenzado a hundirse tanto por los pequeños hoyuelos que se fueron dejando desde su origen, hasta de los enormes boquetes que le han hecho tantos sus más acérrimos defensores como sus atacantes. Y si la figura del barco hundido es demasiado dolosa e impactante, es sólo por usar una referencia de algo que está en una cuerda floja, y debe decidir hacia qué lado caer.
El punto al que quiero llegar se centra en los recientes debates que se han levantado en diferentes foros y redes sobre las leyes que buscan regular (o más bien, cerrar) la Internet, entre las que encontramos dos importantes representantes en Estados Unidos, que son las leyes SOPA y PIPA, que responden a una serie de normas para controlar y castigar la piratería ilegal (porque también la hay legal, no nos confundamos) en la Internet.
El grave problema que yo encuentro, y aquí la figura de qué hacer cuando el barco se hunde y no quedan más lanchas y salvavidas por tomar, es que tanto los defensores recalcitrantes de la ley, como sus atacantes, estarían poniendo una daga envenenada al cuello de la Internet. Por un lado, quienes argumentan que la Internet debe estar sometida a severas regulaciones que vengan desde los que administran los servicios de la Internet, es decir, los encargados de hacer que las computadoras del mundo se conecten de manera óptima entre sí, lo cual es una medida sin precedentes, han decidido ignorar otras dinámicas de intercambio libre y, peor aún, otras formas de generar y distribuir obras creativas, como son las que se enlazan al Creative Commons y el Copyleft. En vez de hacer actas o leyes más completas, que permitan la coexistencia de diferentes modelos (los del copyright y el copyleft, por resumirlo), han decidido mejor cerrarlo todo, acabando con la oportunidad de que el modelo del copyright mude a nuevas formas más nobles con la actualidad, y que el de copyleft termine de nacer.
Mientras que sus fieles atacantes, los que abogan por una Internet libre (sea lo que quiera eso decir), y que se conserve la esencia descentralizada y sin regulaciones que la ha regido desde que fue puesta al público en general (a pesar de que en su origen estuvo rodeada de muchísimos errores que no han sido corregido y que incluso los creadores de la gran Red han reconocido su ineficiencia), han decidido abogar por una Internet en donde todo lo que esté colgado en la Red sea de todos, independientemente bajo qué restricciones fueron creadas ciertas obras. Tal vez en el mundo ideal de la Internet, donde todos somos responsables y justos de nuestros intercambios de contenidos, esta fórmula funcionaría perfectamente. Pero en el mundo real, lleno de personajes como el dueño de Megaupload, que con una mano juraba lealtad al mundo del Copyright, y por debajo se hacía rico dándoles a los piratas un espacio para colgar las últimas series de Warner y los estrenos de Universal Studios.
Si la Internet se queda en ambas posturas, el barco se hundirá, y nosotros con él. Porque, por un lado, tendríamos la Internet que los defensores de los viejos y obsoletos modelos quieren, que sería una ilusión aburrida en donde los contenidos serían otorgados por las grandes y eternas empresas de siempre; mientras por otro, la Internet sería un lugar inhóspito en donde toda las obras creativas serían desmembradas despiadadamente sin que los autores pudieran hacer algo, hasta que tal vez un día se quede sola como un pueblo fantasma.
Pero como el buen Slavoj Žižek decía de las dos pastillas que Morfeo le ofrece a Neo en Matrix, siempre tenemos una tercera opción, y esa involucra tanto a los usuarios como a los creadores. Y es que en vez de abogar por el encierro o liberación de un espacio, se trataría de generar contenidos libres, reglas que sean generosos con quienes navegamos en la Internet y que castigue tanto a los grupos de piratas que aprovechan nuestra ingenuidad como a los gobiernos y compañías censuradoras que abusan de nuestra amabilidad.
Incentivar más obras bajo las normas del Creative Common o el Copyleft permitirá conservar un tráfico libre de Internet, pues se estarían creando contenidos hechos a su medida y obligaría a las grandes compañías a mudar a un nuevo modelo de proyección y distribución. Pues finalmente, si el creador de una obra (una canción, una película, un diseño, una fuente) no desea que yo la tenga de manera gratuita, debe gozar de todo el derecho y la libertad de que no sea así. Y en cierta medida, yo también debo respetar y entender su decisión.
Para que el barco siga, debemos extraer lo mejor de ambas posturas, y tomar con seriedad nuestra posición (a mi también me molesta no poder bajar obras protegidas por copyright, pero no por eso voy a tomar una postura que como creador me afectará a la larga de igual manera). Defender la revolución desde el fondo, y con la materia prima de la Internet, que son los contenidos. Entre menos ataduras tengan estos desde su creación, menos ataduras tendrá la Internet.
Juan Manuel Fernández Chico es co-fundador del Colectivo Vagón y director de la película El Heroe. JuárezDialoga lo ha invitado a participar por su compromiso con el trabajo colectivo en el quehacer artístico en Ciudad Juárez.