I.- No hay día que no se hable de Juan Gabriel en los programas de chisme que ve mi mamá desde que el 28 de agosto se anunció la noticia de su muerte. Antes dedicábamos las mañanas a la contemplación de sus videos gracias al descubrimiento de youtube. Y antes, cuando estaba preparándome para ir a la secundaria, ese lugar en el tiempo (el de mis recuerdos) era ocupado por los discos, los mismos discos: Chente, José Alfredo, Juanga… No fue sino hasta superar mi etapa de wanna be a rock n roll star cuando estas canciones que escuchaba desde la cotidianeidad del que oye como quien oye llover empezaron a comunicarme algo: versos que sin saberlo conocía, melodías que tarareaba por accidente… De ahí que el 28 de agosto del año pasado haya pronunciado sin arrepentimiento que una parte de Ciudad Juárez haya muerto junto con Juan Gabriel. No sé si algún día la gente saldrá a las calles para despedir con ese fervor carnavalesco a una persona en su transición a mito. En Juaritos nos interesa el rescate de la memoria y sus diversas manifestaciones: desde las instituciones hasta lo popular. Es inevitable pues elidir la visión de Ciudad Juárez en las letras del divo.
II.- Quiero discutir dos perspectivas encontradas sobre la construcción de Ciudad Juárez en el imaginario lírico. Por un lado, cosa que he atestiguado como lector de las últimas entradas de este blog, está la perspectiva social-histórica. Al yo poético le interesa retratar situaciones realistas, en muchos casos trágicas, poderosas. Son ya tropos de un repertorio común: la violencia, el narco, las desapariciones, el cruce legal e ilegal, las drogas, etcétera. Se busca a fin de cuentas reflejar un hecho de gran actualidad o ya de plano explorar las heridas del inconsciente urbano para combatir el olvido. He ahí que esta visión se contraponga con la perspectiva de Juan Gabriel, que prefiere elidir estas situaciones: es un punto de vista anclado en el optimismo.
Juanga no pretende describir la espacialidad construida, física y visual, sino atmósferas y sentimientos: será en cierta forma ideal. Juárez, en algunas de sus canciones, es el destino, el punto de llegada, el hogar: todo lo demás son situaciones para realizar ese viaje. En su canción “Denme un ride” el deseo se expresa en un futuro a donde se llega, en una necesidad ontológica: “Soy un vagabundo y necesito un ride, / voy a Ciudad Juárez, quiero pronto llegar”. Otra característica que he escuchado sobre esta visión popular es su retrato de la gente, como él mismo lo describe en otra de sus canciones ya emblemáticas, “La frontera”: “La gente es más sencilla y más sincera, / me gusta cómo se divierten, cómo llevan / la vida alegre, positiva y sin problemas”. La gente fuera de la frontera es distinta, incluso hostil: “Nadie de mí se apiada, no me dan un aventón”, canta en “Denme un ride”.
En el caso de “El Noa Noa”, no hay una exploración espacial vinculada, he dicho, a lo visual. “Este es un lugar de ambiente” creo que se relaciona mejor a los aspectos auditivos del bar, así como al tacto: un lugar para divertirse, bailar y cantar. El coro comprueba mi hipótesis inicial: “Vamos al Noa Noa”. El yo poético prefiere compartir una experiencia acerca del destino antes que realizar una construcción precisa de un espacio real, incluso mítico gracias al propio Juan Gabriel.
Ese minimalismo intimista permaneció hasta su última composición sobre la frontera, cuando hace un año escribe “A Ciudad Juárez”, dedicada al Papá Francisco antes de su polémica visita a la ciudad. Su idealización sobre la gente y el espacio no cambia, pero me gusta que al menos en el primer verso exista una posibilidad de recorrido, de andar por la metrópolis: “Si usted camina por esas calles de Ciudad Juárez”. Quizá esta última composición haya sido concebida como un capricho entre deber político y mediático, pero la esencia de Juárez como destino sigue ahí, en el caminar.
El viajero desea recorrer “la frontera más fabulosa y bella del mundo”, donde pese a todas las circunstancias terribles que suceden todos los días las personas siguen superando el miedo de la realidad. Hay un deseo por salir adelante, algo que los mueve. Se trata de un rostro, que en lo personal no identifico aún: me gusta creer en su posibilidad.
III.- Ayer caminé por la Juárez para tomar fotografías. En el pasado, Amalia habló de aquellos espacios que desaparecen: se construyen cosas nuevas o la ciudad deja que la herrumbre consuma sus recuerdos. Cuando llegué a lo que quedó del Noa Noa, habíase borrado ya el ambiente, la diferencia y el baile: un estacionamiento, un lugar para no estar. Afuera estaba la placa con las manos de Juanga, que hace unos meses intentaron robar: ayer solo vi el vestigio. Alguien, desde el estacionamiento Noa Noa, me grita. Quizá no se me permitía tomar fotografías. Quizá esté prohibida la permanencia de la imagen: la memoria. Mientras me alejo para capturar la última foto, pienso en los ciclos del espacio, tan parecidos a las personas que contiene. Alberto Aguilera Valadez, Adán Luna, Juan Gabriel, las cenizas de Juanga. Avenida 4 siglos-Avenida Juan Pablo II, Jilotepec-Manuel J. Clouthier, Eje norte-sur-Eje vial Juan Gabriel. Se hace la noche y el ambiente está en otro lugar que no visito.
Antonio Rubio Reyes (1994). Estudia Literatura Hispanomexicana en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Coordina democráticamente el taller de creación Desmadre literario. Hablando de talleres, participó en 2014 en un taller de poesía impartido por el poeta Jorge Humberto Chávez y formó parte del Colectivo palabristas. Ha colaborado en las revistas Paso del Río Grande del Norte, Cuadernos Fronterizos, así como en Bitácora de Vuelos.