El panorama político estatal que dejó tras de sí las pasadas elecciones invita a la reflexión a partir de lo que ha ocurrido y ocurre en el subsecuente cambio de administración en otras instituciones, como ha sido el caso con el relevo de rector en la Universidad Autónoma de Chihuahua y lo que desde hace un poco más de un par de meses ha empezado a manifestarse con respecto al cambio de mando en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Aunque limitaré mis meditaciones a lo que ocurre en nuestra casa de estudios, me referiré a lo que ha pasado en nuestra institución hermana para identificar un paralelismo relevante desde el punto de vista de lo que exhibe el comportamiento político de los actores involucrados, visibles o no, y de los ideales, que afirman, motiva su actuación.
Lo primero que cabe advertir entre ambas Instituciones de Educación Superior es con respecto al apego a los tiempos institucionales para el cambio de administración. Como es de todos sabido, la UACH postergó su cambio de rector y se ha dicho una y otra vez que este cambio se debió al deseo de ajustar el relevo universitario con una gubernatura que no llegó. Dejo de lado discutir si tal “decisión” obedeció a un error de cálculo político (lo cual sería lamentable en una institución que en principio debería contar con los instrumentos metodológicos adecuados para prever los escenarios políticos más factibles) o si la administración saliente se comportó de acuerdo con los usos y costumbres dentro de la subordinación política plenamente normalizada que constituye nuestra cultura política.
En nuestro caso, existe al parecer el ánimo dentro de algunos colegas por hacer lo mismo, pero en sentido contrario, adelantando los tiempos institucionales que corresponden a nuestra universidad. Entre ellos se halla un grupo de académicos que en su momento firmaron un desplegado de apoyo a la candidatura del ahora gobernador electo, lo cual en sí mismo no es ningún pecado, ya que varios de nosotros hicimos público nuestras preferencias y siempre será deseable que así sea. Sin embargo, este grupo, o al menos la mayoría de ellos, pasaron de inmediato a conformar un “movimiento” por la democratización de la universidad; pero poco después, por los medios de comunicación nos dimos cuentas que esa nueva agrupación había solicitado audiencia con el gobernador electo, lo cual desde luego generó en algunos de nosotros dudas sobre la presunta motivación “democrática” que dicen encausar. Es decir, aunque en un sentido lo que ocurrió en la UACH y lo que se prefigura ahora en la UACJ va en sentido opuesto, en el fondo la motivación política es la misma.
Este tipo de comportamiento no es nuevo, lo encontramos en el lema medieval: “El Rey ha muerto, larga vida al Rey!”, empleado en la sucesión de las monarquías europeas que, desde luego, no tuvieron nada de democráticas. ¿Por qué entonces se intenta revestir de democrático un movimiento que al menos muestra o sugiere otra cosa, no muy distinta del comportamiento político que dice pretender superar? La razón es sencilla, pues aun reconociendo todas las debilidades de los sistemas políticos democráticos existentes en la actualidad, persiste la idea de que la democracia puede y debe ser perfectible para las sociedades modernas, y, por lo tanto, toda acción en esa dirección posee un carácter legítimo incuestionado.
Sin embargo, no es claro cómo la violación de los tiempos institucionales para el cambio de administración de una universidad puede justificarse por las prisas “democratizadoras” de algunos de sus miembros. No es todo, ya que este pronunciamiento claramente adelantado obedece a un cálculo político que tiene puestas las miras en la coyuntura misma que supone el cambio de poderes, y que asume como concluyente que la salida del gobernador vuelve insostenible la permanencia del rector.
Se puede estar de acuerdo o no con este diagnóstico, pero no hay en él ni un elemento que en sí mismo pueda denominarse “democratizador”, salvo dando varias vueltas al sentido de la palabra. Por el contrario, la consecuencia nefasta inmediata de este súbito “despertar” democratizador es que lo único que ha hecho, según mi punto de vista, es despertar otras ambiciones que hasta el momento permanecían si no aletargadas, al menos sin actividad visible. Las manifestaciones de estas fuerzas que no quieren quedarse atrás responden a la lógica tradicional por la lucha del poder y, por consiguiente, entran en la categoría de lo que de manera coloquial se denomina “golpeteo político”. De allí que de repente hayan circulado correos anónimos y editoriales en medios electrónicos locales que hacen eco de lo que algunos opinan, entre ellos uno de los colegas “democratizadores”, sobre lo que ocurre al interior de la UACJ, y muy en particular, en el ICSA.
En suma, en esta “guerra” de declaraciones y descalificaciones por más que se hurga en las palabras no se ve ni se vislumbra por ningún lado un proceso o proyecto democratizador. Entre las cabezas visibles del movimiento “democratizador” se afirma, a través de las redes sociales y de algunos medios electrónicos, que han presionado para la renovación del sindicato académico de ICSA, y no dudo que haya sido así, pero me pregunto de nueva cuenta por qué de manera súbita brota este espíritu democratizador, por qué no había surgido antes tratándose de una demanda añeja para muchos de nosotros. ¿Acaso se debe a que ahora, y solo ahora, con el cambio de partido en el gobierno, la democracia tiene permiso?
Para alimentar mi escepticismo sobre el ánimo democratizador del movimiento, encuentro que uno de los “abajo firmantes” del desplegado de apoyo a Corral ha resultado ser, sin que al parecer nadie de sus compañeros de lucha lo hubiese notado, miembro silente del actual comité sindical de ICSA, y encargado de la organización de los próximos comicios electorales. Igual ocurre con otra de las cabezas visibles del movimiento, que hasta hace poco figuraba como coordinador de un programa de pregrado en ICSA, que ahora en esta, su cruzada democrática, exhibe un reiterado afán protagónico y la estridencia y demagogia como recursos. Otro tanto se puede decir de aquel simpatizante que muy activo en las redes sociales, de repente se le olvidó que no hace mucho formó parte del gobierno estatal saliente. O del otro, que ahora está por sumarse al gobierno entrante. Y así podría seguir señalando a todos aquellos que, a buen resguardo, gozaron o siguen gozando de privilegios, y permanecieron callados hasta que –como diría Monterroso– descubrieron que el dinosaurio seguía allí.
Y no está mal que en la universidad haya reclamos democráticos. Hay que darle la bienvenida a cualquier movimiento que se pronuncie por la democracia o que reclame justicia y el Estado de Derecho en nuestro país y en las instituciones universitarias. En materia democrática tenemos mucho por hacer. Es bueno que se hable abiertamente y con los recursos y valores de la democracia acerca de los problemas de instituciones como la nuestra. Lo que no es legítimo es que en nombre de la democracia, los líderes democratizadores pretendan el poder para darle salida al resentimiento y recuperar antiguos privilegios o ampliar los que aún gozan.
¿Por qué habremos de creerles, si callan que cada uno de ellos ha sido, o sigue siendo, un ladrillo en el muro que ahora pretenden derribar; si cuantas veces tocaron las puertas de rectoría se les abrió? ¿Es que acaso hay evidencia de que dejarán de hacerlo? ¿Qué podemos esperar si, para lograr su propósito, han construido una alianza contradictoria y oportunista, a la que no une sino la coyuntura y el supuesto de que serán apoyados por el nuevo gobierno estatal? ¿Cómo creerles si no informan cuáles son sus verdaderas aspiraciones?
Concluyo señalando que no estamos entonces ante un escenario donde auténticos demócratas lanzan un desafío renovador, sino ante una típica coalición que lucha por el poder y la mayoría de sus miembros solo habla de cambio para que las cosas sigan igual. Se trata de una coyuntura de la que seguramente saldremos adelante, si se le cierra el paso al oportunismo y se abre cauce al debate y la participación amplia y abierta sobre la problemática universitaria. La lucha por la democracia, es la lucha de la igualdad contra el privilegio y el autoritarismo. Pero democratizar la universidad es una tarea de todos los días y todos los universitarios, no un mero ropaje con el que pretenden vestirse los nuevos amigos del pueblo.
JuárezDialoga ha invitado a Héctor Padilla a colaborar por su trayectoria académica como estudioso de Ciudad Juárez y el tema de la frontera. Así mismo, por su contribución y reflexión sobre el tema específico de la cultura. Héctor, también como académico ha apoyado en distintos momentos diversos movimientos sociales y fue co-fundador del Movimiento Pacto por la cultura.
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