Pasadas las elecciones volvimos a darnos cuenta (¡una vez más¡), que el abstencionismo es el gran ganador y que quienes se benefician de ello son los partidos ( partidocracia) y los candidatos (de la mediocridad). No es un llamado al voto tampoco en la medida en que el ejercicio del sufragio, en la actualidad, legitima esa partidocracia y la esperanza de un reformismo ingenuo. Un funcionar sin tocar lo estructural.
Ello seguirá así una y otra vez y estaremos pensando que la próxima vez será más limpia la elección y que se impondrá una moral pública en los contendientes, en las instituciones y partidos respectivos. Así, la zanahoria de la democracia participativa (partidocrática) actual seguirá guiándonos cada vez más hacia la decepción, la apatía y, por supuesto, hacia el abstencionismo en la medida en que es ingenuo pensar que una industria de tal magnitud puede ser desestructurada con buenas intenciones y llamados a la moral – moralinos (para muestra basta observar los efectos de los movimientos de diversa índole que le apuestan a la revolución de la conciencia exclusivamente y no a la desestructuración de lo existente). Eso ya lo saben quienes manejan las políticas públicas, las instituciones electorales y la industria del voto en su conjunto. Lo que plantea retos de diversas dimensiones y niveles (con extrema urgencia dado el empobrecimiento de la inmensa mayoría de la población y el hartazgo electorero).
Uno de los retos principales es como desestructurar una industria que se ha convertido en parasitaria y cuyas lógicas (económicas principalmente) tarde que temprano atrapan a las instituciones electorales, a los partidos y a los “buenos candidatos”.
Considero que la industria del voto (nombrarla así permite quitarle el velo romántico de quienes postulan un reformismo ingenuo, un “saneamiento de las instituciones”) puede caminar por la senda de la democracia sólo si es rediseñada a partir de algunas figuras jurídicas como son las candidaturas independientes, el plebiscito, la revocación de mandato, etc. Si ello no funciona púes está el derecho a la insurrección, en sus diversas modalidades, como lo establece la Constitución Política de nuestro país.
Apostarle, pues, a “elecciones limpias”, a las instituciones electorales “sanas”, desde una perspectiva voluntarista (algo así como ¡¡si se puede¡¡) es ingenuidad y es legitimar en mucho la esperanza de que así sea, lo cual no sucederá, y seguiremos atrapados en la persecución de la zanahoria democrática y trabajando en el voluntarismo para beneficie de otros. Rediseño institucional e insurgencia parecen ser las posibilidades que aún quedan para desestructurar la industria del voto, la industria parasitaria.
JuárezDialoga a invitado Emilio Naná por su compromiso y trabajo en diversos movimientos sociales en Juárez. Él es Abogado/Psicólogo/Maestría en Ciencias Sociales: especialidad en políticas públicas y estudios culturales. Candidato a Doctor en Ciencias Sociales: especialidad en género.