En 1914 la División del Norte comandada por Francisco Villa destrozó al ejército federal mexicano. La toma de la Ciudad de México como consumación de la revolución en el aspecto militar era ya un mero trámite después de la Batalla de Zacatecas. Lo que faltaba por definir era la cuestión político ideológica de la Revolución, el por qué y para qué de la lucha. En ese contexto varios jefes revolucionarios decidieron retomar la Convención que había convocado Venustiano Carranza originalmente en la Ciudad de México y trasladarla a Aguascalientes. La jugada consistía en abrirle las puertas a Villa, quien se negaba a asistir a la Ciudad de México por estar distanciado de Carranza, quien a su vez se ostentaba como el jefe máximo de la revolución. Entre los convocantes a la Convención de Aguascalientes tampoco había mucha idea, valga la redundancia, de los ideales de la revolución. Y no es que los revolucionarios no tuvieran ideales, pero no había hasta entonces una idea unificada que justificara la toma del gobierno nacional. Entonces los zapatistas se presentaron en Aguascalientes y todo cambió.
Bajo la idea de dar la tierra a quien la trabaja y libertad para poder trabajar, la revolución mexicana tenía ahora una bandera común. Después ya sabemos lo que pasó. El aristocrático, empresario y terrateniente Carranza desde luego desconoció la Convención de Aguascalientes. Los ejércitos campesinos de Villa y Zapata tomaron la Ciudad de México desconociendo a su vez al soberbio Carranza, pero no pudieron mantener el poder político en México. El Ejercito Libertador del Sur comandado por Zapata se regresó a sembrar la tierra y la División del Norte se embarcó en una aventura militar desastrosa persiguiendo a Álvaro Obregón por el bajío. Entonces Carranza retomó la batuta política, se ostentó como el presidente revolucionario y comenzó a dictar leyes y avanzar su proyecto de hacer una nueva Constitución como justificación de su poder.
Todos esos años que van de 1914 a 1917 cuando se promulga la nueva Constitución, México es un polvorín, a pesar de la derrota militar de Villa como fuerza nacional orillado a los territorios de Chihuahua y el cerco a Zapata en Morelos, el descontento armado de las masas campesinas y los anhelos de tierra y libertad acechan en todos los rincones del país. Fue entonces cuando Álvaro Obregón concibió el verdadero espíritu del sistema político mexicano posrevolucionario. Obregón convenció a Carranza de que al menos en el papel tenían que plasmarse los anhelos del pueblo mexicano en forma de derechos, de lo contrario nunca habría paz. Consecuentemente para la burguesía mexicana a la cual pertenecían Carranza y Obregón, la praxis del verdadero “hijo de la revolución”, debía ser el arte de traicionar y manipular permanentemente los ideales del pueblo y las leyes. Desde luego el influjo popular de la revolución mexicana no se apagó hasta mucho después de 1917 y algunas veces el sistema mexicano se vio obligado a atender los ideales de la revolución sobre todo durante el cardenismo. Pero las bases estaban sentadas, México sería un país de ideales, pero de ideales muertos, de simulaciones, apariencias y profundamente corrupto, sería un país priista.
Por eso hubo un Artículo 27 que establecía la tierra ejidal y finalmente el campo simplemente fue abandonado, destrozado y vendido al gran capital. Por eso la Constitución de 1917 incluye por primera vez en el mundo los derechos de segunda generación Económicos y Sociales. Entre otras cosas, la legislación mexicana fue un modelo en materia de Derecho Laboral en el mundo. Pero, ¿acaso no están la economía y la vida de las familias trabajadoras mexicanas destrozadas y se está aprobando una Reforma Laboral para borrar de una vez el aporte jurídico de México al mundo impuesto por la chusma revolucionaria? Por eso el texto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece en su artículo tercero qué “toda la educación que imparta el Estado debe ser laica y gratuita” y sin embargo la educación pública profesional en México es mayoritariamente cara, de mala calidad y elitista. Por eso México es el campeón de suscribir todos los tratados internacionales en materia de Derechos Humanos y sin embargo está condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el caso de feminicidio del Campo algodonero. ¡Los ideales de la plebe son bellos, hablan de libertad y de justicia, pero ¿quién piensa cumplir?!
Este estilo político mexicano de la simulación, es lo que está detrás del “gracioso” gesto de Enrique Peña Nieto de firmar la Ley de Victimas. La ley será en su mayoría letra muerta, eso sí, generará una burocracia privilegiada que actuará de manera discrecional para conseguir puntos políticos al régimen. No quiere decir que no represente un logro de la lucha, como fueron en su momento las ideas de la revolución, toda proporción guardada. Para el poeta Javier Sicilia la Ley de Victimas es un primer paso para la paz, el peligro consiste en que en el país de la simulación las leyes sirvan para santificar balazos. Más que dulcificar la “guerra contra el crimen” estándar de barbarie que nos dejó el sexenio pasado, además de luchar por el cumplimiento de la ley, no debemos olvidar que la consigna fundamental debe ser: ¡No queremos esta guerra! Verdadera estrategia oscura de control social, comandada por el Gobierno Mexicano, a la cabeza EPN, con el apoyo del imperio Norteamericano. De eso depende precisamente si el paso de una ley es hacia adelante o hacia atrás, en el camino de la paz con justicia y dignidad, repito, con justicia y dignidad.
JuárezDialoga ha invitado a Gerónimo (Gero) Fong por su indudable compromiso con el activismo social y político. Gero, participa en diferentes organizaciones de izquierda desde temprana edad. Es estudiante de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) y actualmente, colabora entre otros organismos, con el Frente Plural Ciudadano de Ciudad Juárez y el Comité Universitario de Izquierda.