Hace una década comenzaba un periodo de violencia en México que hasta la fecha no hemos superado. Recuerdo como mi juventud fue eclipsada por un colapso social estructural y sistemático en donde la mayoría de los mexicanos fuimos afectados principalmente por instituciones autoritarias de nivel gubernamental. Yo era un adolescente de 17 años y estaba prestando atención. Era el año 2006. Había ganado la presidencia de México un hombre llamado Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, mismo que continuaría representando la transición partidista tan deseada por la ciudadanía cuando el PAN se posicionó en Los Pinos seis años atrás. Fue entonces que el gobierno mexicano decidió impulsar una guerra contra el narcotráfico para así supuestamente recuperar los espacios públicos y con ello la seguridad en el país, mismo que ya era afectado por violencias rezagadas como el feminicidio en Chihuahua. Con este tono sombrío escribo este artículo en donde hago un recuento de un poco de lo que se vivió en una de las comunidades del denominado Valle de Juárez tras la guerra calderonista, lugar desde donde me tocó presenciar los inicios del conflicto.
…
A punto de cumplir diez años desde el inicio de lo que muchos consideran una guerra de baja intensidad jamás imagine que a mi corta edad comenzaría a presenciar tanta violencia, y mucho menos que me convertiría en parte de las estadísticas de sobrevivencia. Hoy comprendo que en el fondo no era tanto un conflicto de narcotraficantes como el gobierno mexicano lo hacía parecer, sino las consecuencias de ambos ante la intersección de una crisis capitalista impulsada por política neoliberal. La guerra de Calderón simplemente se impulsó en un terreno ya minado con capitalismo salvaje, es decir, con historia colonial de despojo y de explotación arbitraria de recursos. Sumado a lo anterior, las ideologías conservadoras de Calderón hacían del desastre “guerrerista” todavía un espectáculo más crudo. Mientras tanto, la juventud mexicana presente durante el sexenio calderonista heredaba un largo periodo en donde los jóvenes permanecieron generalmente pasivos ante los cambios bruscos de la política de Estado. De acuerdo con Rossana Reguillo, antropóloga cultural, en tiempos recientes no había un gran motor juvenil y revolucionario más allá del estancado y aislado en la historia de décadas atrás.
Antes de Calderón mi vida era común. Vivía en uno de los municipios más pobres y de difíciles oportunidades en Chihuahua: Práxedis G. Guerrero. Aun así, mi comunidad era bastante tranquila, y es que rara vez ocurría algún conflicto social. Sin embargo, la guerra de Calderón llego, y poco a poco Ciudad Juárez, la urbe más cercana, se comenzó a militarizar, y con ello los pueblos cercanos en el conocido Valle de Juárez, incluyendo el mío, siendo esta región fronteriza del país una de las más afectadas hasta la fecha por la guerra de nombres múltiples: Contra las drogas, contra el narco, contra el crimen organizado…contra todo. Y es que imagínense a un pueblo de apenas tres mil habitantes, con una plaza, con escuelas públicas, con pocas calles pavimentadas, con casas que se contrastaban entre aquellas de los rancheros adinerados con las de los trabajadores rurales y aquellos que tenían que viajar a Ciudad Juárez para trabajar en maquiladoras, con una policía local trabajada por conocidos de la misma comunidad, y con un gobierno municipal que batalla en sostener las obras públicas. Así mismo, imaginen que un día despiertan y hay rumores fuertes acerca de militares llegando al pueblo. Otro día son federales. Y otro día son sicarios. Recuerdo que lo más parecido que habíamos vivido antes de Calderón fue cuando era niño y una caravana militar entró a Práxedis únicamente de paso; varios niños de mi barrio y yo fuimos a verlos. Recuerdo que era de noche y que nos escondimos detrás de unas lomas en un campo baldío, y desde ahí comenzamos a arrojarles piedras y palos a cada vehículo militar para después echarnos a correr como locos.
Tiempo después Marisol Valles, una joven estudiante de criminología y de apenas 20 años, se convertiría en la primera comandante de la policía del municipio de Práxedis. El anterior jefe policiaco había sido asesinado de una manera muy salvaje; su persona fue decapitada a una semana de haber aceptado el cargo público, acto que también al parecer fue el banderazo de inicio para desatar la violencia generalizada en Práxedis. Marisol representaba la nueva faceta que comenzamos a tomar los jóvenes en medio de una crisis capitalista de antaño que apenas estábamos comenzando a comprender, y es que antes, durante y después de su posición como comandante, los asesinatos múltiples, levantones, quema de casas, y éxodo de personas no cesaban en nuestra comunidad, y todo mientras el ejército mexicano supuestamente protegía los alrededores e irónicamente aumentaba internamente la migración de desplazados.

Eventualmente Marisol se convirtió en víctima de amenazas y ataques a su figura pública, y tras ello decidió huir a Estados Unidos. La vida de Marisol se mediatizo a tal grado que hasta el gobernador de Chihuahua se posiciono en contra de la joven. En el fondo Marisol fue una persona muy consciente y optimista que optó por intentar regresar la paz a la comunidad a través de las instituciones del Estado mexicano, pero lamentablemente era el mismo gobierno el que mantenía viva la violencia con la Operación Conjunto Chihuahua, así que su esfuerzo termino en un intento fallido.
La comunidad de Práxedis G. Guerrero, originalmente San Ignacio, fue fundada después de la invasión de Estados Unidos a México durante el siglo XIX tras el Tratado de Guadalupe-Hidalgo. En Práxedis, el capitalismo nos encapsuló tanto tiempo en un espacio rural casi totalmente libre de violencia estructural al grado que la guerra de Calderón nos llegó por sorpresa sin darnos oportunidad para responder. A diferencia de otras comunidades en el país, Práxedis nunca se pudo organizar para defenderse, y hasta la fecha los habitantes que permanecen en el municipio siguen sucumbiendo su libertad civil al poder de Estado, aun con la experiencia del peligro que eso representa. El PRI ha permanecido en la cabecera municipal casi ininterrumpidamente, y aunque en tiempos recientes se avanzó en cuestión de género al elegir a la primera presidenta municipal, la violencia generada por el Estado mexicano permanece intocable y parece haberse quedado para siempre en todas las comunidades vecinas de Práxedis en el denominado Valle de Juárez.
Giovanni Acosta es residente de El Paso, Texas, y originario de Cancún, Quintana Roo, México. Tiene licenciatura en psicología y una maestría en sociología, ambas por la Universidad de Texas en El Paso, lugar en donde también ha impartido lecturas de antropología y sociología. Acosta es también activista y conferencista fronterizo, y ha participado en varios colectivos locales, incluyendo el #Yosoy132 Juárez, Iniciativa Feminista, y Ayotzinapa Sin Fronteras. Sus principales demandas de justicia tienen una política con orientación anti-capitalista, socialista, y feminista.