POR: IVONNE RAMÍREZ
En los últimos 5 años, tuve oportunidad de moverme entre Toluca en el Estado de México y Ciudad Juárez, en Chihuahua. Me gustan las ciudades violentas, los ambientes pesados, me dijeron una y otra vez en tono burlón. O la tan desdichada ¨oye pero el Estado de México tiene más feminicidios que el norte¨, como si de una competencia se tratara. Lo cierto es que en México difícilmente podemos encontrar zonas seguras. Los riesgos aumentan para las mujeres, considerando componentes como género, sexo, raza, clase, color de piel y otros factores identitarios.
No pasó mucho tiempo para que me topara en el pueblo de Zinacantepec con el primer feminicidio del que sabría. En unos sembradíos de maíz dejaron el cuerpo violentado, violado de una mujer. Para la noche, yo ya había buscado información en medios impresos y virtuales acerca del hecho. Fue curioso no encontrar nada y ver, a primera hora del día siguiente, un viejo carro pasando por el lugar perifoneando a manera de chisme el feminicidio, con el único fin de vender sus periódicos repletos de imágenes explícitas. Si alguna vez lo sospeché, no fue sino a partir de ese momento que supe en dónde me estaba metiendo.
No desconozco los circuitos que confluyen para marcar diferencias y resaltar jerarquías en las que las mujeres por lo general somos las subalternas. En el sur o en el norte del país, me he topado con que las dinámicas para ¨protegernos¨ siempre son las mismas en esta cultura de la violación y los feminicidios: no son ellos los que deben parar la invasión y la matanza, somos nosotras las que no debemos transitar en lugares oscuros, ni salir solas, ni vestir de tal forma o salir por las noches, más un largo etcétera traducido en campañas y peroratas de tinte claramente facho.
Hace tiempo se viene hablando de nuevos bríos en Ciudad Juárez, pero estamos lejos aún de vivir sin tantas injusticias. En lo que va del año se han cometido 15 feminicidios con jóvenas y mujeres de entre 16 y 51 años. A Claudia, Ivette, Irma, Liliana, Elena, Alicia, Esmeralda, a Perla y a muchas otras, las han matado por Ser desde su cuerpo biológico y social. Las mujeres no somos pedazos de cuerpos deshabitados, inertes, no es que ellas hayan fallecido así nomás. No es que se nos hayan adelantado, como se repitió en las redes sociales en comentarios sobre algún feminicidio, consolidando con esas frases un discurso cliché despolitizado y acrítico, muy útil para mantener orden en los sistemas de poder conservadores y machistas. Nada de natural tienen los feminicidios, resultado extremo, entre otras causas, de la tolerada misoginia cotidiana perpetrada desde todos lo ámbitos de nuestras vidas.
Queda claro que con los años las prácticas misóginas en esta ciudad no sólo se sostienen, sino se afianzan y a veces también toman nuevos cauces. Y cómo no, con este gran aparato patriarcal que tenemos por sistema económico y político en el que ¨el Estado, secundado por grupos hegemónicos, refuerza el dominio patriarcal y sujeta a familiares de víctimas y a todas las mujeres a una inseguridad permanente e intensa a través de un período continuo e ilimitado de impunidad y complicidades¨, como lo sintetiza Julia Monárrez.
Algo tiene de cansado para nosotras no bajar nunca la guardia. Algo de agotador nos resulta estar en constante alerta. Pero sobre todo, suscita mucha rabia observar una ciudad tan mezquina, más necesitada y ansiosa de juangabrieles que de Justicia, a más de veinte años de los primeros feminicidios documentados de niñas.
Ivonne Ramírez es docente de literatura y español interesada en la pedagogía feminista, agitadora cultural, mediadora de lectura, escribidora de prosa y poesía. Ha publicado ¨Sueño de palabras en la estepa. Experiencias lectoras contra la violencia en Ciudad Juárez¨. Ha colaborado en la revista feminista Con la A, en la revista Bastardos de la Uva, Blog Indieo y Contra Magazine. Juárez dialoga la ha invitado por su compromiso con la comunidad, particularmente con las mujeres.