- Analizar las posibilidades para que surja la literatura en determinado espacio puede ofrecer respuestas al dilema social que los premios literarios ofrecen. Para que aparezca la literatura, la canónica, es necesaria cierta estabilidad política y social, pero también algo de control por parte del poder, quien funge como lector y crítico, hasta censor, de lo que se publica en determinado contexto. A lo largo de la historia de la literatura, ésta ha tenido lectores selectos: religiosos y eminencias, la clase con poder, ricos, personas con tiempo para el ocio, etc. De hecho los escritores de, por ejemplo, los Siglos de Oro debieron tener una educación aceptable y una economía estable para seguir escribiendo: cumplieron además funciones políticas y gozaron apoyo del poder; fueron lectores de su tiempo también. Y de alguna manera ayudaron al poder entreteniendo —o educando— a las masas. Aquellos que nadaron a contracorriente fueron censurados, ridiculizados por el grupo de lectores vinculados al sistema de poder, como Quevedo y Lope hicieron con Góngora; lo mismo ocurre con la terrible censura durante el periodo clasista, en el que la literatura era un modelo que imitaba a los clásicos: la crítica aquí servía como juez. Por ello fue tan importante el romanticismo, quien vino a desestabilizar este sistema (para luego volverse asimismo en sistema). La historia de la literatura es así. No pretendo profundizar más en este tema y resumo: la literatura siempre muestra una postura política; elidir a lo político también es una postura política. La corrupción en el arte es tan vieja como el arte mismo.
Heriberto Yépez y otros críticos han analizado con escritos venenosos y puntuales publicados lejos del control de las editoriales consolidadas y las revistas del gobierno, en la ilusión libertina de internet, todo el proceso de descomposición en la literatura mexicana. Lo que espanta de estos textos son los modelos de publicación: las antologías, con nombres tan generales y atrevidos, incluyen a escritores seguros, de acuerdo a estos críticos. Es decir, son poetas y narradores que el gobierno de Peña Nieto y todo un sistema de poder ha querido que se den a conocer. El asunto es sumamente complejo y macabro, pero sobretodo desesperanzador: el sistema elige a los escritores que ganan premios, que publican en las editoriales grandes y en las revistas como Letras libres y asimismo este sistema es favorecido con favores y silencio. Enrique Serna, irónicamente uno de los columnistas de la mencionada revista de Krauze, en El miedo a los animales expone la clase de corrupción que existe en el mundo literario. Sus personajes son prototipos: lambiscones, agachones, sumisos, y en general pésimos escritores. Quienes ganan los premios literarios más importantes son aquellos que cumplieron estos requisitos: han sido favorecidos por el canon (inventado por ellos mismos); y como todo canon elitista, impuesto, censura; sirve como modelo y ejemplo de una forma de hacer literatura. En México no es nuevo: el poder ofrece puestos jugosos a los intelectuales: desde la publicación de sus libros, direcciones de proyectos, hasta puestos como embajadores al igual que lo fueron Octavio Paz y Alfonso Reyes, cercanos de cierta forma al gobierno mexicano de su tiempo.
Y por supuesto, como en cuestiones políticas, las personas pierden la confianza y la fe.
II. Tal fue el caso del premio Amparo Dávila. Sorprendió porque un premio que quizá prometía algo distinto, diáfano y sincero, desanimó a sus seguidores debido algunas prácticas que conocemos de otros espacios más elitistas. Hace falta analizar muy poco para encontrar los problemas, “las cosas extrañas”.
En primera instancia, el premio ofrece una visión centrista de la actual literatura oficial mexicana: ningún escritor del norte dentro de las menciones. Ni siquiera alguien de Zacatecas, donde nace Amparo Dávila y se entrega el premio. Será un pequeño detalle, pero cumple con esa idea terrible sobre nuestra literatura: el norte es otro mundo, otra conciencia, otra forma de hacer literatura. Y continuando esta relación con la literatura fuera del canon oficial, la visión del premio es completamente masculina: de los trece premiados, sólo dos son mujeres.
Otro detalle: los jueces conforman ese canon ya establecido sobre la idea de lo fantástico. No son del todo eminencias en el género; los mismos críticos les han impuesto ese traje y los jueces cumplen con la función de celebridad, de nombre reconocido en el que podemos confiar. Esa farsa la utilizan las mismas editoriales para divulgar a sus escritores: sólo hace falta citar a, por ejemplo, Élmer Mendoza, para garantizar la calidad de los textos… hasta que los lees. Por eso, resulta extraño elegir a David Toscana, escritor que difícilmente podemos etiquetar en el género fantástico, con Bernardo Esquinca, quien ha escrito ensayos y ficción sobre este género. Además, fuera de estos escritores se habla de otros doce lectores anónimos en una publicación en la página oficial:
Reiteramos que los 3,610 cuentos inscritos fueron leídos en su totalidad a lo largo de ocho semanas, por un grupo de 12 lectores y 5 jurados calificados, todos escritores y editores de reconocida trayectoria, en un proceso que garantiza la transparencia de nuestro dictamen.
¿Cómo se puede confiar en el juicio de un premio que menciona que doce personas leyeron los textos, además de tal vez los cinco jurados; lectores desconocidos? ¿Qué hacían ahí y por qué? ¿Cuál es el conocimiento de estas personas tanto en el género fantástico como en la literatura en sí? ¿Qué papel cumplen pues los jueces nombrados frente a estos lectores? Tampoco está claro el tiempo que se tomaron para leer los textos.
Luego se encuentra el historial y trayectoria de los que recibieron mención, contradiciendo en sólo un caso los propios rubros del premio. Sin duda la obscuridad está en el concepto de emergente; pero se definió de la siguiente manera:
Para garantizar que este premio sea un estímulo y una plataforma para escritores emergentes, no podrán participar en la presente convocatoria escritores que tengan más de un libro de narrativa publicado a la fecha de la publicación de esta convocatoria.
Es decir, escritor emergente es aquel que ha publicado un libro. No importa si éste tiene la ventaja de haber aparecido en diversas antologías o si ya tiene una seria relación con la comunidad literaria del centro de México, ya sea colaborando con editoriales, publicando en revistas, gracias a esa salida que ofrece el premio, ellos obtuvieron con cierta justicia su lugar. Sin embargo seguidores de la página han intentado demostrar por medio de comentarios y fotografías que algunos de los ganadores “no son escritores emergentes”, sino que han participado en esas publicaciones canónicas de las que ya he hablado. Tanto fue el revuelo que la página se vio obligada a responder y justificar la elección:
Es importante recalcar que las bases del concurso establecen que no pueden participar autores con más de un libro de narrativa publicado. Consideramos un libro como una obra completa firmada por un solo autor, como una unidad mínima de venta para la industria editorial. En nuestra comunicación hemos insistido en que este esfuerzo está dirigido a los escritores emergentes, sin embargo no es exclusivo de escritores principiantes, quienes por supuesto son bienvenidos en este certamen.
En lugar de explicar el concepto, con la claridad expuesta aquí, dentro de los rubros del concurso decidieron justificar a los mencionados: la promesa de que hay calidad. Nótese además cómo este discurso refiere a los escritores principiantes: de alguna manera los minimiza por no haber publicado. Describen también esa comunicación con sus seguidores, muchos participantes principiantes, y es importante recalcarles algo. Vendían la siguiente idea: “todos tienen una oportunidad de ganar”. Pero dichos “principiantes” ocupan tan solo un 40% de la antología, si tenemos en cuenta que fueron siete y no cinco, como lo anuncia la página, los que al menos han publicado un libro. El 60% pertenece a estos “escritores emergentes”. Es justo señalar que las editoriales que publicaron a estos autores son financiadas por el gobierno, además de que han obtenido becas del FONCA: son favorecidos, pues.
Por esto último los defienden. Para garantizar la calidad de su producto, tanto los jueces como los lectores anónimos harán “reseñas” de los textos premiados. ¿Reseñas de cada uno de los cuentos? Nunca lo había visto. Eso sí, los cuentos no serán leídos hasta su publicación en la antología: sólo un fragmentito. Pero necesitan reestablecer la confianza ahora hacia los elegidos; por eso tratan también de eliminar las acusasiones. A continuación, y a manera de contraste cito a dos personas que se tomaron la molestia de informar y quienes señalan que sus comentarios fueron en breve eliminados:
Aranza Cora Ursula Fuentesbarain tiene libros publicados además de tener cuentos incluidos en varias antologías.
Jorge Meneses Borraron mi comentario anterior. Por eso lo vuelvo a poner. González Mendoza, Díaz Ruelas, Fuentesberáin y Aguilar Martínez no son emergentes. Prueba de ello es que si uno echa un vistazo en la web, podrá corroborar que sus carreras han sido sustentadas por becas del FONCA, apoyos gubernamentales y espacios como la ELEM… Tan sólo, Vicencio tiene cinco publicaciones; Aguilar Martínez ha ganado dos certámenes, en los que ha sido publicado. ¿Parece que hayan tenido tanto derecho a participar según las bases del premio?
Jorge Meneses ¿Qué les da miedo organizadores? ¿Por qué quitan mi publicación? La voy a mostrar tantas veces sea necesaria. Dicen ser transparentes y abiertos. Dejen que se manifieste la opinión pública.
Jorge Meneses No sé, mientras ellos dicen 8 semanas, ahí, explícitamente, dice que se reunieron el día 20 de julio. ¿En cinco días tomaron la decisión? ¿En cinco días se descartaron a más de 3500 concursantes? Esto no es más que cinismo por parte de los organizadores. Para la otra aclaren (así como lo hacen con ¿Qué es el género fantástico?) “¿Qué es un escritor emergente?”
¿Para qué borrar los comentarios que desestiman la veracidad de su producto? La página, hasta antes de este asunto, respondía con rapidez y hasta humor a casi todos los comentarios en su perfil de Facebook. Ahora, eliminan. Recuerdo aquella frase en Half life 2 que utiliza el sistema al someter a sus enemigos: usaban la palabra civilizar como eufemismo de eliminar.
Si bien, en apariencia, estos escritores han tenido todo el apoyo posible, hay que añadir de nuevo que el mismo premio ofrece esa salida para la publicación de sus escritores emergentes. Tampoco sorprende que los ganadores tengan relaciones directas con los jueces o con los creadores del premio. Los mencionados, en efecto, tienen por lo menos un libro publicado. Lo extraño sucede cuando a uno de ellos, Sergio Vicencio, le modifican su información en la página de la Enciclopedia de la literatura de México. El escritor, en apariencia de cinco publicaciones, corrige la información para su conveniencia: un título nada más. Lo que contradice con esto que se encuentra en la página de la editorial El paraíso perdido: “Entre sus publicaciones se cuentan En el espejo de arena (2011), con editorial JUS, Frankenstein (2013), con Paraíso Perdido, y El quinto rumbo (2015), con F.C.A.S. Pedazos (2016) es su primer libro de relatos, pero no será el último”. Además resulta igual de curioso que Jaime Hernán Martínez, queretano al igual que el pasado ganador, obtuviera de nuevo mención honorífica tanto en la pasada edición como en esta: una coincidencia bastante feliz para este escritor.
Pero al final sólo quedará esperar a la publicación de la segunda antología y criticarla con la exigencia que merece.
III. ¿La literatura oficial está corrompida? Los últimos escándalos lo confirman: uso de fondos públicos para promocionar a los amigos en el extranjero, premios al grupo literario cuyos autores reconocemos pero jamás hemos leído, negación de escritores y críticos que están fuera del canon. Sus prácticas son ahora comunes: desprestigiar a los autores por su edad, por el lugar donde viven, por desestabilizar las formas estancadas de nuestra literatura, por sus posturas políticas y sexuales. Al final quien pierde es la literatura: pese a todo, los libros que se publican son malos y nadie los lee salvo los críticos del sistema, quienes siempre apoyaron literatura basura para obtener relaciones que los ubiquen en un sitio mejor. Favor con favor se paga. La crítica ha desaparecido: los denominados críticos oficiales siempre exponen una cara cínica cuando alguien se atreve a contradecirlos: la del insulto. Buscan destruir —“civilizar”— antes de discutir. No dialogan o argumentan: se burlan, hacen chistes. O ya de plano amenazan.
- Pero fuera de toda la tragedia y la depresión, existe una luz. Escritores que participaron en el concurso Amparo Dávila y otros que no, pero que los mueve la buena fe y las ganas de leer, han abierto diversos grupos de literatura en las redes sociales para compartir sus textos y, lo más importante, ejercer la crítica fuera de la compensación monetaria y la divulgación de su literatura. Concuerdo con esa opinión de Yépez cuando explica que su esperanza está en la autopublicación y el internet.
Pero sobre todo veo en estos grupos un culto digno a una de las mejores escritoras mexicanas de todos los tiempos. Triste es entonces que el premio no le haga justicia a una mujer que publicó lo justo y en soledad, fuera de los grupos y las mafias de esta literatura que tardó bastante en reconocerla. Si alguna vez se le premió fue por su increíble maestría en el cuento fantástico. Sigamos su ejemplo.
Antonio Rubio Reyes (1994). Estudia Literatura Hispanomexicana en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Coordina democráticamente el taller de creación Desmadre literario. Hablando de talleres, participó en 2014 en un taller de poesía impartido por el poeta Jorge Humberto Chávez y formó parte del Colectivo palabristas. Ha colaborado en las revistas Paso del Río Grande del Norte, Cuadernos Fronterizos, así como en Bitácora de Vuelos.