Hacia 1992, un adolescente de 14 años se me acercó para comentarme que el pastor de su iglesia afirmaba, en reuniones con muchachos y muchachas, que los espacios intermoleculares del látex con el que se fabrican los condones son más grandes que el virus del VIH, por lo que eran ineficaces para detenerlo. La conclusión era que no deberían usar condón.
A estudiantes de secundaria y bachillerato debió impresionarles mucho el uso de términos científicos como “espacios intermoleculares” por parte de un líder religioso. Impresionar a la audiencia es una estrategia que, como grupo, los líderes cristianos han desarrollado a lo largo de 2000 años; han acumulado una experiencia demagógica nada despreciable.
Desgraciadamente, para quienes lideran, no es suficiente con causar sorpresa y admiración en quienes escuchan (o, en su caso, leen) sus propuestas. Antes que la retórica o capacidad de convencer, creo que debe estar la búsqueda de la verdad.
Es cierto que los espacios intermoleculares son de un tamaño mayor que el virus, pero el pastor olvidó, muy convenientemente, que los virus no sobreviven fuera de las células y los espermatozoides, que son el medio de transporte del virus, son incapaces de atravesar el látex.
Es imposible que un virus viaje por su cuenta. Sería tanto como afirmar que una casa se vuelve totalmente insegura si su enrejado presenta un agujero de tres pulgadas de diámetro, ya que por ahí cabe el ojo de una persona y alguna de éstas, mal intencionada, podría espiar hasta el último rincón de dicha casa penetrando su ojo por ese diminuto agujero.
Al uso de términos científicos fuera de contexto y de manera amañada se le llama lenguaje seudocientífico; es decir, lenguaje falsamente científico. Es un recurso que desde la segunda mitad del siglo pasado viene siendo usado con mucha frecuencia, sobre todo, para vender productos aparentemente maravillosos de todo tipo, incluida la filiación a organizaciones que prometen una vida después de ésta.
El propósito de afirmaciones tan peregrinas como la supuesta inutilidad del condón en labios de un líder que se apropia mañosamente del 10% de todo recurso económico de cada fiel es, muy probablemente, garantizar la entrada monetaria a su propia cuenta bancaria.
Los líderes de diferentes iglesias han encontrado, desde la Edad Media, una rica veta en la explotación de los sentimientos de culpa relacionados con la vida sexual de las personas.
Las necesidades sexuales son refractarias, es decir, se rebelan a todo intento de control y consiguen manifestarse siempre, ya sea de pensamiento, palabra u obra, por lo que son materia de fácil culpabilización.
Los sentimientos de culpa en materia sexual se eliminan con la experiencia satisfactoria llevada a cabo repetidamente. La experiencia satisfactoria incluye la obtención de placer físico, la sensación de bienestar emocional, la evitación de embarazos no planeados y la no adquisición de infecciones sexualmente transmisibles.
Los agujeros del condón del pastor, casi con seguridad, tenían como objetivo evitar el uso del también llamado preservativo para evitar la experiencia sexual repetida en los y las adolescentes que lo escuchaban, lo que eliminaría los sentimientos de culpabilidad relacionados y, con la disminución de la culpa vendría la reducción de fieles.
Sean cuales fueran las intenciones mediatas e inmediatas del mencionado pastor, el tiempo lo ha desmentido: el uso apropiado y consistente del condón evita embarazos e infecciones de transmisión sexual. Los datos duros, repetidos una y otra vez en diferentes lugares del mundo, así lo demuestran.
JuárezDialoga invita a Efraín Rodríguez a participar como articulista por su compromiso con la sociedad de Ciudad Juárez. Efraín es maestro en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y entre otros, ha incursionado desde hace muchos años en los medios de comunicación participando en una variedad de temas, pero sobre todo, para desde su profesión como sexólogo promover la aceptación de la diversidad sexual.