Siete días que conmovieron a México y hasta a una parte de los Estados Unidos, los días de la Caravana del Consuelo. La segunda etapa del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad llevó a más de 500 personas, encabezadas por Javier Sicilia, a 12 estados del centro y norte de la República, partiendo de Cuernavaca y culminando en Ciudad Juárez, el viernes 10 de junio, para luego tener un colofón en El Paso Texas el sábado 11.
Fue un caminar al “corazón de las tinieblas”, como diría Joseph Conrad. Un éxodo por la vida pasando por el meollo de la muerte: las ciudades y entidades donde se han perpetrado la mayoría de los 40 mil homicidios y de las diez mil desapariciones de personas, saldo de espanto de la guerra que el gobierno de Felipe Calderón.
Fueron días de dolor, y también de consuelo, de espesor humano, tal vez los más ricos en eso de la historia moderna de México. Días que arrojaron valiosos saldos a la sociedad mexicana. Los principales de ellos:
La caravana visibilizó a las víctimas: el caminar de tantos pies por la geografía de las violencias levantó, no el polvo de los senderos, sino el miedo de los espíritus, el silencio de los atemorizados, la denuncia de los amenazados. Fue una caravana que hizo germinar el valor. Recogió víctimas en sus lágrimas, en la narrativa de los muertos, de los desaparecidos, en las verdades tanto tiempo ocultadas. Nos tocó ver, sentir, cómo quienes esperaban discursos políticos o mítines breves, tenían que esperarse a escuchar numerosas voces de víctimas,. Aun a riesgo de que la gente se empezara ir, Javier Sicilia decidió entregar el micrófono a cuanta víctima quisiera hacer uso de la palabra, porque lo ignorado por muchos es que, detrás de la decisión de tomar la palabra hay un rompimiento radical con el terror.
La caravana visibilizó la negligencia del gobierno: No hubo prácticamente ningún caso entre los cientos que se presentaron de asesinatos, secuestros, desapariciones forzadas, violaciones, en que las y los denunciantes dejaran de señalar la actitud, cuando menos irresponsable, de los diversos órdenes de gobierno. Si vinieron a denunciar aquí es porque hay un hartazgo de las infructíferas e inútiles demandas para que las instancias gubernamentales escuchen y actúen con eficacia ante los agravios de la ciudadanía. Hay un grave problema de revictimización, la gente es víctima del crimen, pero también de la pasividad, ineficacia o incluso complicidad del Estado.
La caravana hizo vigente una nueva ética pública: En su trayecto se practicaron nuevos o tal vez muy viejos y olvidados valores: el encuentro fraternal, sororal, también, con las y los diferentes. La no violencia como actitud cultivada desde muy adentro, hecha efectiva no sólo en no levantar el brazo contra alguien, sino en la palabra que se emite. La crítica basada en la razón, lejana de la facilidad del adjetivo. La escucha paciente al agravio, al dolor del otro. La atención cuidadosa por lo local, por lo que en cada sitio se valora como importante. La ética pública como base de un nuevo proceder nacional.
La caravana empezó a cambiar los lenguajes: De ella va surgiendo un nuevo lenguaje, verbal y no verbal, muy alejado del engolamiento oral y la arrogancia gestual de los profesionales de la política. El discurso de la sencillez, del sentimiento auténtico; de la figura poética, desterrada de las peroratas centradas en el poder. Incluso los posibles errores en el procesamiento de las mesas de trabajo del día 10 en Juárez tienen que ver más con un lenguaje que busca vehicular la indignación y el dolor de las víctimas que con la racionalidad a rajatabla de las proclamas políticas.
La caravana hizo emerger a los hombres como víctimas: en la mayoría de las ocasiones quienes hablan y se mueven como o en representación de las víctimas son las mujeres: las madres, las hijas, las hermanas, etc., pero el hecho de que un hombre maduro, padre de dos hijos, salga a la esfera pública y no sólo llore su dolor, sino que lo denuncie e invite a otros a narrarse sus dolores y darse mutuamente el consuelo, esto ha hecho que muchos más varones se animen a salir a llorar, a denunciar, a participar.
Los días 8, 9 y 10 de junio la Caravana cruzó el estado de Chihuahua, “el más adolorido”, según el propio Javier Sicilia para llegar a Ciudad Juárez, “el epicentro del dolor”. Todos los actos programados se retrasaron hasta tres horas, más que nada por la insistencia de las víctimas de todas las poblaciones en ver al dirigente, en narrarle sus dolores. Antes de llegar a la capital, “retenes ciudadanos” lo hicieron detenerse inopinadamente en Jiménez, Camargo y Delicias. A la una de la madrugada, al llegar a la Plaza Mayor de Chihuahua, aun esperaba a la caravana medio millar de personas. La marcha del jueves 9, que culminó en un mítin y en la colocación, por parte del poeta, de la placa conmemorativa del feminicidio de Marisela Escobedo, el 16 de diciembre, en la misma acera del Palacio de Gobierno, convocaron más gente que cualquiera otra movilización por la paz.
Ciudad Juárez mostró que no sólo es el epicentro de la violencia, sino también el arranque de la esperanza. Cientos de gentes recibieron a la Caravana en la entrada de la ciudad. Ahí, por recepción, Javier Sicilia, el padre de un joven asesinado, tuvo los brazos abiertos de Luz María Dávila, madres de dos jóvenes asesinados, quien le dijo: “Usted sí es bienvenido a Juárez”, en evidente contrapunto con lo espetado por la misma señora Dávila a Felipe Calderón en febrero de 2010, a escasas dos semanas del homicidio de sus muchachos: “A Usted no le damos la bienvenida”. Así como la bienvenida fueron sentidos, estrujantes, conmovedores los dos actos públicos de la Caravana en Juárez: el de Villas de Salvárcar, lugar de la masacre de 13 jóvenes y el del Monumento a Juárez para anunciar el Pacto Ciudadano. Las y los juarenses dejaron un lado el temor y prefirieron abrazar la esperanza que suscita este poeta adolorido, junto con su acompañamiento de víctimas sinceras.
Las actividades en El Paso, Texas, el sábado once, mostraron dos cosas: la primera, que la capacidad de convocatoria del movimiento es grande también allende el Bravo, no sólo entre hispanos, sino también en algunos sectores anglos. En segundo lugar, la presencia de Cipriano Jurado, quien el día anterior recibió del gobierno de los Estados Unidos el asilo político, así como de varias personas que lo están demandando, revela que Washington mismo, antes que Los Pinos, reconoce que esta insensata guerra ha hecho que para muchas personas honestas y trabajadoras de México el seguir habitando en su querido país represente peligro inminente de muerte.
Se ha comentado, se ha criticado la postura de Javier Sicilia quien declaró que el Pacto Ciudadano leído y firmado la noche del viernes 11 no es sino una relatoría de las mesas y que el verdadero pacto son las seis exigencias del documento del 8 de mayo leído en el Zócalo de la Ciudad de México. Algunos incluso se dicen traicionados. Aquí no debe verse la mala voluntad o el afán de manipular, sino una deficiencia propia de un movimiento que hasta ahora tiene más de carisma, de carácter simbólico expresivo que de estructura organizativa y retórica política. A nadie se le ocurrió que resultaba demasiado ambicioso que luego de tres horas de discusión en nueve meses de trabajo a las que acudieron más de 600 personas, sería prácticamente imposible salir con un documento –el pacto- sólido, incluyente, bien trabajado, que orientara las siguientes etapas del movimiento. Tal vez Sicilia se excedió en su apreciación sobre esa redacción del pacto, pero es explicable por la responsabilidad que siente de que nadie se aleje del movimiento, de que nadie se sienta excluido o excluida del mismo.
En todo caso, la Caravana del Consuelo aportó lo que antes reseñamos y además logró su objetivo de brindar consuelo a muchas víctimas, la primera de las justicias que se les deben. La segunda, la justicia que debe ejercer el Estado mexicano, dependerá de la fuerza que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad pueda seguir cultivando en las próximas semanas, con base en acciones bien pensadas, de amplia participación y fuerte carga simbólica. Ha habido algunos errores, es cierto, pero lo logrado hasta ahora nos exige cuidar este movimiento, lo mejor que hemos tenido en muchos años. Si conservamos la unidad, si a las víctimas se les da el lugar que merecen, si la autoridad moral conquistada por el movimiento se preserva y se acrecienta, México estará viendo, gracias, no a los poderes, sino a las lágrimas, los trabajos y los días de sus mujeres y sus hombres, el arranque irreversible de la esperanza.
JuarezDialoga ha invitado a Víctor M. Quintana S. como colaborador articulista por su amplia trayectoria al participar en diversos movimientos sociales, como el Frente Democrático Campesino (FDC) y el Barzón, entre otros. Porque como académico ha publicado los libros: ‘Movimientos Populares en Chihuahua’, en coautoría con Rubén Lau Rojo, UACJ 1991;’Elecciones con Alternativa’, libro Colectivo, La Jornada Editores, 1993; ‘Familia y Trabajo en Chihuahua’, en Coautoría con Luis Reygadas y Gabriel Borunda, UACJ 1994; ‘México Una Agenda para Fin de Siglo’, libro colectivo, La Jornada Editores, 1996.