Por: Pablo Martínez Coronado
María Rosalinda Guadalajara, el Kentucky y nuestra estupidez ¿Hasta dónde ha escalado nuestro racismo? Esta es una buena pregunta que salta después de leer el texto de Pablo Martínez Coronado, esta fría tarde de diciembre, mes en que los indígenas del país consultan para elegir a su candidata a la presidencia de la república.
Yo también era de los que decía: “Si tú piensas que el Kentucky es un lugar donde venden pollo no eres de Juárez”. Había algo mágico en aquella cantina con sabor a mexican curious. Mientras que la vieja rockola tocaba los más sonados éxitos de José Alfredo Jiménez, Agustín Lara y Creedence Clearwater Revival, las margaritas salpicaban la imponente barra de más de noventa años.
El Kentucy solía ser el bar de los meseros parlanchines, las bellezas fronterizas en busca de gringos acaudalados, y los ancianos de gorras beisboleras y miradas espectantes. Sin embargo, su emblema de cantina tradicional no pudo resistir el paso del tiempo. Las margaritas se convirtieron en trending topic. Las copas titiritan acompasando el soniquete de las uñas postizas. En la moderna rockola electrónica solo hay espacio para la banda y lo más fresa del pop en español. Ya ni siquiera la vieja barra sobresale entre el mar de brazos que claman por un Buchanan’s 12 años.
En pocas palabras, es otro Kentucky. La prueba del trastorno que sufrió la escala de valores del bar aconteció hace algunos días, cuando le negaron la entrada a María Rosalinda Guadalupe por su condición de indígena. Sin embargo, la doble moral que se maneja en México, obligó al establecimiento a justificarse con una perorata cantinflesca a la altura de los más celebrados monólogos que se le recuerdan a Mario Moreno.
Primero le informaron a María Rosalinda que no la podían dejar entrar porque todo el lugar estaba reservado, después, cuando se percataron de la insensatez de su argumento inicial, aludieron que se reservaban el derecho de admitir a las personas con huaraches o que le pidieran dinero a la gente.
A las cuatro de la tarde, y con el establecimiento semivacío, parecía peligroso para la reputación de la cantina dejar entrar a una persona con huaraches. Hágame usted el chingado favor. Ahora resulta que el Kentucky es para catrines.
El hecho hubiera pasado desapercibido, como otros tantos casos similares, de no ser por el cargo público que ocupa María Rosalinda Guadalajara; gobernadora de los rarámuris en Ciudad Juárez. Nuestra indignación parece contradictoria. Montamos en cólera bajo la etiqueta #todossomosmaríarosalinda, y al mismo tiempo, seguimos percibiendo al resto de las mujeres tarahumaras como indias que solo saben parir criaturas y pedir kórima en las esquinas.
Las opiniones apasionadas y condenatorias le cayeron por raudales al Kentucky. Esto demuestra que las redes sociales son un mundo ficticio. ¿O de qué otra manera se podría explicar que con pensamientos tan de avanzada, aún siga existiendo el “problema indígena en México”?
Somos un pueblo racista por antonomasia. Reivindicamos nuestro pasado glorioso tomándonos selfies en Teotihuacán y comprando figuritas del sol Azteca. Reproducimos el actuar condescendiente de Bartolomé de las Casas; ni siquiera podemos admitir que los indígenas tienen la capacidad intelectual para defenderse por sí mismos.
Condenamos al sub Marcos por “dirigir” la dignidad rebelde indígena, y usar la lucha de los pueblos originarios para dividir izquierdas, o como plataforma política útil para los priístas ¡ah que la, con esos inditos tan poco avispados que siguen permitiendo que el hombre blanco los compre con espejitos!
Los bufones del progreso
El siglo XXI ha sustituido a la empatía por lo políticamente correcto. Hace menos de dos meses, grandes sectores de la población norteamericana salieron a votar por Donald Trump, aludiendo a su honestidad discursiva. Paradójicamente, en un mundo en el que el maquillaje es un must have, cada vez más personas encuentran engorroso el no decir las cosas cosas como son.
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Sergio Azo, dueño del café-bar Asenzo decidió romper las convenciones sociales y expresar su verdadero sentir en un post de Facebook. El empresario tuvo la suficiente habilidad para sintetizar su racismo en una sola frase: “Tu novia la que no dejan entrar en el Kentucky”.
Joseph Fouché, célebre político francés, tenía la costumbre de hablar, sólo cuando era estrictamente necesario, ya saben, para evitar eso de andar exponiéndose. Pareciera que Sergio Azo opera bajo una lógica diferente, ya que, no conforme con su publicación original, engrosó su broma desafortunada, con una serie de comentarios, en los que, entre otras cosas, se refirió a los indígenas como “patarajadas”.
Últimamente se ha puesto de moda eso de “no tener filtro”, entre las personas que asumen que su ingenio no debería estar constreñido por la moralidad decadente de nuestra época. Sin embargo, estos Zaratustras modernos no se han dado cuenta de que siguen siendo esclavos de las redes sociales, buscan que los likes les digan que son los más imaginativos, los más inteligentes, los más rebeldes.
Ya no se necesita usar peluca para ser payaso. El internet se ha convertido en el altavoz de la estupidez. En nuestra posmodernidad, ya no basta con ser pendejo, ahora hay que presumirlo.
Detrás de esa comicidad “inteligente”, encontramos un profundo desconocimiento de la realidad. Es más sencillo caricaturizar al mundo a través de hasgtags y frases cortas que comprometerse con un análisis serio de los problemas que enfrentamos. Ni siquiera George Orwell hubiera imaginado una sociedad como la nuestra, somos plastilina dispuesta para el molde. No necesitamos al Gran Hermano, ni a un partido omnipresente. El valemadrismo es la Iglesia con más feligreces en este siglo. El mundo está de cabeza y nosotros seguimos perdiendo nuestra humanidad. La risa es el paliativo de nuestra conciencia.
Absortos en nuestra burbuja de confort, es difícil percatarse que los 43 de Ayotzinapa, los miles de indocumentados muertos, y los millones de indígenas marginados de los que nos burlamos, son la primera escala de la inmensa bola de nieve que se avecina, y cuando está llegue finalmente, no tendrá miramientos para aplastarnos a todos.
Cuando vemos a un indígena en la calle lamentamos que no se pueda integrar a nuestra revolución civilizatoria. Lo que nunca pensamos es ¿quién chingados quiere vivir en una sociedad de locos suicidas?
Pero bueno, al fin de cuentas, #elpedonoesconmigo #paquenacejodido #yasalionuevaserieennetflix?
Pablo Martínez Coronado, es egresado de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) donde estudió la licenciatura en historia. Sus intereses son la literatura y los medios de información. Pablo nació en 1990 y pertenece a una generación de jóvenes, hombres y mujeres, en Ciudad Juárez que han venido a abonar al campo del periodismo en esta ciudad. Él es editor adjunto de la revista alLímite y puede leerse en http://allimite.mx/