Cuando hablo con mis amigos sobre películas, a veces alguno de ellos comenta que equis movie está “palomera”. No se necesita ser un genio para desentrañar el significado de “palomero”: la película no es ni busca ser una obra mayor, un clásico, sino que más bien entretiene y la dosis de fastidio se mantiene a raya gracias a momentos de buena acción: balaceras, muertes, explosiones.
Pues bien, Policía de Ciudad Juárez de Miguel Ángel Chávez, apadrinada por Élmer Mendoza, en cuya contraportada se anuncian páginas que retratarán a la ciudad “más peligrosa del mundo”, es una novela “palomera”. Su estilo más bien pobre, minimalista en exceso, no desespera debido a que la historia entretiene y es amable (quizá demasiado amable) con el lector. Suelo leer con mi mascota y creo que ella entendió mejor la novela.
La ciudad está bien retratada, con algunos lugares esenciales para… bueno, algunos lugares que los juarenses reconoceremos bien y algunos ilusos dirán en voz alta “yo conozco la 16 de septiembre”, “yo sé dónde está el Recreo”. A veces pareciera que el Pablote, narrador y protagonista de la novela, tiene futuro asegurado como guía turístico. Pero más que describir un espacio, de recrearlo y reinterpretarlo, lo alude. La creación del espacio, para el autor, está sólo en escribir un nombre. Porque si algo hay en Policía de Ciudad Juárez son nombres de avenidas y calles: pero sólo eso, la simple mención al desnudo. La historia de “amor” en cambio está terriblemente ejecutada y no creo que valga la pena comentarla.
Escrita precisamente para alimentar cierto morbo exigido por las grandes editoriales, por supuesto que en la novela leemos un retrato motivado por la violencia hiperbolizada (que ya harto conocemos): decapitados, rafagueados, colgados… Y no sólo exagerada, sino caricaturizada: por ahí leemos comparaciones con las pelis de Tarantino y hasta con los simpáticos Tomy y Daly.
A pesar de esta violencia deshumanizada, leemos que el Pablote es un hombre de convicciones firmes, un bato chido, harto machista, cuya más grande virtud es su honor como policía. Sin embargo, pese a ser un policía justo y tal vez el único que no ha caído en la jugosa manzana de la corrupción, su perfil se me antoja vacío. Es bueno, cierto, pero su bondad está hecha de plástico. Quizá dicha representación del bien en la novela sólo sea para justificar un contraste: efigie y representación del “cinismo” y el “mal”, el Atoto quizá sea el único personaje digno de interés. Pero su papel no tiene sentido, a pesar de que su presencia conduce la trama a cauces imprecisos. En conclusión, todas las cosas que suceden en la novela son intrascendentes.
Tal vez los defectos mayores de Policía de Ciudad Juárez estén en las características propias del género. Los doctos le han puesto el nombre de narcoliteratura. Yo insisto en lo “palomero”. En fin, estas características son (quiero añadir antes que no soy ni me interesa ser doc en narcoliteratura): 1) un arco argumental muy simple, enfocado en un sólo personaje que casi siempre es el narrador; 2) violencia sin sentido y sin reposo descrita en capítulos mínimos, es decir, la violencia es sucedida por más violencia y el movimiento es continuo siempre; 3) una mujer vacía que cae en el pobre adjetivo de “buenota” y que se relaciona con el protagonista; 4) diálogos coloquiales; 5) balaceras y explosiones; 6) una exaltación por lo culinario; 7) muerte; 8) influencia del cine al momento de describir pasajes de acción 9) un final “abierto”…
Quisiera detenerme, por último, en un comentario sobre el final de esta novela accidental. Decimos, por ejemplo, que un final es “abierto” cuando el significado sobrepasa a las palabras finales: apunta más allá, está en territorios connotativos y casi siempre exploran el sentido de la existencia humana. Ricardo Piglia lo describe mejor: una historia siempre contará dos historias. El final de la segunda historia, el único final, es secreto. Ejemplos hay a raudales. Vienen a mi mente Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, Rayuela de Julio Cortázar, La región más transparente de Carlos Fuentes. Nadie puede decir que estas obras mayores son novelas incompletas: su final, si bien ambiguo o infinito, se siente como un cierre. El lector reflexiona satisfecho porque el final lo escribe él en sus pensamientos.
¿El final de Policía de Ciudad Juárez es “abierto”? Yo digo que no. Siento que la novela está incompleta y la sensación anticlimática del último capítulo es producto de una conclusión insatisfactoria, de cabos fatalmente hilados u olvidados, de prosa desesperada por encontrar el punto final. Uno concluye el libro y proyecta el suspiro avergonzado de haber leído algo que no está terminado. De hecho, por un momento creí que faltaban páginas. Creo que no desvarío del todo. Lo más seguro es que se quedaron en el documento Word del autor. O se le olvidó mandarlas.
En conclusión, hay que leer Policía de Ciudad Juárez como quien ve por curiosidad o divertimento una mala película para saber qué tan terrible está. Yo aseguro que, de haber nacido como película, Ed Wood la hubiese filmado y rodado en las calles de Juaritos.
Antonio Rubio Reyes (1994). Estudia Literatura Hispanomexicana en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Coordina democráticamente el taller de creación Desmadre literario. Hablando de talleres, participó en 2014 en un taller de poesía impartido por el poeta Jorge Humberto Chávez y formó parte del Colectivo palabristas. Ha colaborado en las revistas Paso del Río Grande del Norte, Cuadernos Fronterizos, así como en Bitácora de Vuelos.
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