Existen movimientos sociales que han permanecido a lo largo de la historia y que nunca le han cedido su fuerza revolucionaria al enemigo. Por otro lado existen intentos revolucionarios que se han quedado varados en el tiempo o que no han sido impulsados ni siquiera en tiempos de crisis relacionadas a las diferentes expresiones de violencias humanas. En cualquiera de los casos podemos aprender de todo un poco.
El Valle de Ciudad Juárez es un área geográfica poblacional que se extiende hacia el este por el norte de Chihuahua, paralelamente con la línea fronteriza divisoria entre los países de Estados Unidos y México. El Valle, como le llamaré, se compone por dos cabeceras municipales, la de Guadalupe D.B. y la de Práxedis G. Guerrero, ambas con una cantidad amplia de pueblos, ejidos y ranchos. Desde hace tiempo esa área fue sacudida repentinamente por la ola de violencia que a partir del sexenio presidencialista de Felipe Calderón (2006-2012), y continuando con el del presente Enrique Peña Nieto (2012-2018), ha afectado sistemáticamente, de norte a sur, y de este a oeste, a la república mexicana.
Por lo general hablar sobre el Valle es hablar sobre Ciudad Juárez, la urbe más cercana y de las más importantes del país, pues la violencia generalizada dio una primera escala cruenta en esa zona norteña con ayuda del brazo militarizador del Estado mexicano y de sus posteriores desenlaces armamentistas y sociales. Anteriormente Ciudad Juárez también fue el escenario de entrada para el feminicidio y sus efectos sistemáticos en contra de las mujeres mexicanas. Sin embargo hablar del Valle es hablar específicamente de una región del norte de México, con costumbres particulares y con una lejanía considerable de la vida urbana.
Hablar del Valle es hablar de sus recursos naturales, su trabajo agrónomo, su política social y cultural, y por supuesto la vida de sus habitantes. Sin embargo el Estado mexicano no ha comprendido eso, y por otro lado ha escogido militarizar esa región del país, haciendo de los habitantes del Valle piezas de tiro al blanco con una política enfocada en la despoblación; lo sabemos hoy por los vastos ejemplos de represión que se han vivido en el país desde entonces.
En todos los municipios o pueblos chicos del país los locales suelen conocerse y ser empáticos los unos con los otros, y cuando la garra del Estado mexicano llegó al Valle no solamente golpearon a una sección poblacional como suele ocurrir en las ciudades, sino el alma de todo un grupo de pueblos.
En el Valle cada asesinado era sufrido y llorado. Cada desaparecido era añorado y extrañado. Las personas del Valle desde entonces no han sabido organizarse dentro del caos causado por el terror de Estado y de sus complejidades que se extienden por todos los tejidos sociales, y por otro lado solo han podido pactar tregua con el gobierno mexicano para continuar con las ideas de progreso.
Para sumarle a lo anterior, en la experiencia de terror más grande que hemos vivido en Chihuahua en tiempos recientes se encuentra el Arroyo del Navajo, en el Valle también. Restos óseos de mujeres han sido encontrados ahí…pero eso no se vivía antes, al menos no antes de Calderón.
Hoy me encuentro redactando esta reflexión desde San Juanito Jaltepec, Yaveo, en el territorio zapoteco de la selva. En Oaxaca la historia es similar, al menos en cuanto a la lucha contra la garras del Estado mexicano, pero que a diferencia del Valle ha permanecido y perdurado en las comunidades indígenas, inclusive desde antes del origen de éste bajo la corona española. La autogestión comunitaria de los locales impulsada por el apoyo mutuo le ha dado la espalda a la necesidad del mercado consumista impuesta por las medidas capitalistas de un mundo pro-imperialismo.
En San Juanito Jaltepec las experiencias de confrontación violenta sistemática impulsadas por el Estado mexicano no han llegado al mismo grado que en el norte de Chihuahua, e inclusive al de las hoy conformadas comunidades zapatistas. La comunidad de San Juanito ha permanecido combativa a través de los siglos tras defender su territorio una y otra vez. Es tal vez por ello que los zapotecas de la selva no han vivido la desgracia de un Estado necro-político que tiene un pacto capitalista-patriarcal, mismo que impulsa la trata de personas y que peor aún, aniquila a grupos de civiles como a las mujeres de Ciudad Juárez y del Valle encontradas en el Arroyo del Navajo.
Pero los procesos revolucionarios son distintos, y tienen contextos muy particulares. Los planteamientos e ideas revolucionarias a partir de trincheras de todo tipo, desde las anti-capitalistas como las interseccionales, varían y se expresan de distinto modo geopolítico en las regiones del país, al grado que solo puedo contrastar un poco de lo que se vive en cada extremo, tanto en el norte como en el sur de México. Los socialistas y anarquistas, por ejemplo, no han sabido liberarse de adoctrinamientos ideológicos que en lugares recónditos de Oaxaca se pueden caracterizar muy por debajo de la vida cotidiana de los habitantes politizados generacionalmente.
Por otro lado mi postura anti-feminicida toma un enfoque particularmente único desde la comunidad zapoteca en donde el principal motor de algo parecido es el patriarcado cultural, algo que me recuerda un poco a la postura de homicidios por género de la Ciudad de México. En cualquier caso reitero que en Ciudad Juárez el movimiento anti-feminicida ha generado una visión distinta ya sea por condiciones determinadas o características particulares de la frontera mexicana con Estados Unidos.
En conclusión, es interesante reflexionar sobre contextos diferentes dentro de un marco de violencia sistemático-estructural pues es normal que surjan ideologías contra-revolucionarias que cuestionen los avances de un movimiento o que por otro lado obstaculicen el surgimiento de más. En cualquiera de los casos el ejército mexicano ha tenido mucho que ver, pero al menos hoy puedo admitir que logré llegar a un punto de México en donde no entran los militares y que además es libre de la policía de Estado. La comunidad del Valle puede aprender mucho sobre la comunidad zapoteca de la selva para no dejarse caer nunca más. No queremos más casos parecidos al Arroyo del Navajo, ni en el norte ni en el sur.
Solo me resta decir que no hay que entorpecer el paso justo de la concientización de clases, o bien, de ideologías milenarias, o el de la libertad de la existencia humana en comunidades que buscan acabar, y lo han logrado, con la opresión en sus diferentes niveles, siendo la de Estado la peor y más inconcebible hoy por hoy.
Giovanni Acosta es residente de El Paso, Texas, y originario de Cancún, Quintana Roo, México. Tiene licenciatura en psicología y una maestría en sociología, ambas por la Universidad de Texas en El Paso, lugar en donde también ha impartido lecturas de antropología y sociología. Acosta es también activista y conferencista fronterizo, y ha participado en varios colectivos locales, incluyendo el #Yosoy132 Juárez, Iniciativa Feminista, y Ayotzinapa Sin Fronteras. Sus principales demandas de justicia tienen una política con orientación anti-capitalista, socialista, y feminista.