Por Miguel Cortés Vásquez
En esta semana me ha pasado de todo: me lastime un pie, casi me lo rompo, los dos autos se me descompusieron (el mio y el de mi esposa), se me rompió el pantalón mientras empujaba uno de los autos descompuestos, me asaltaron delante de mi hija, ayer nos robaron la batería de un auto y hoy con las prisas me fui del cajero sin recoger la tarjeta, y me vaciaron la mitad del cheque del mes.
De esta última puedo imaginarme alguien diciendo, “esta te la ganaste compadre, por descuidado”, así sentí que reaccionó el agente del banco cuando fui a cancelar la tarjeta. Y es que hasta hace dos días hubiera dicho que hasta lo merecía por descuidado. Pero hablando con amigos del extranjero después del asalto, lo veo diferente. Hace dos semanas les compartí los hechos del atraco, contando que para agradecer la paciencia de mi hija, quien me acompañó durante una ardua tarde de trabajo, con una comida en un Subway, sin imaginar que terminaría amarrado en la cocina con mi hija de testigo, y sin celular y un dinero que realmente necesitaba. Les dije a mis amigos que tenía que estar agradecido, que pudo ser mucho peor, después de todo solo fue lo material lo que me quitaron, que pudo haber violencia física, o un desenlace trágico, como los que todos hemos escuchado en esta ciudad. Mis amigos respetuosamente me dicen bueno si, pero ¡¡¡En que mundo eso está bien!!! Fue ahí donde con asombró noté el grado que he naturalizado que cosas así sucedan en la ciudad. El cajero en el banco hoy fue amable, fue hasta comprensivo, y “bueno claro”, me dice cuando le pregunto qué tanta probabilidad de recuperar el dinero, “pues como fue su descuido”, y puedo imaginar a muchos diciendo lo mismo. Es tan natural, te descuidas así por supuesto que se van a aprovechar, tan obvio como, pues por supuesto cuando sueltas algo cae al suelo. ¿Cuándo abusos son tan naturales?
Aun respetando la reacción de mis compañeros en otros países, me siento afortunado, todo esto pudo ser peor, mucha gente en esta ciudad ha pasado por episodios de espanto, de horror, y tragedia. Y lo aclaro porque no intento aquí hacer comparaciones con lo que otros han pasado, ni justificar mi propia victimización. Simplemente me pregunto ¿Cómo es que la cultura del agandaye se volvió tan normal en nuestra ciudad? ¿Cómo es que el “si te apendejas justifica el chingarte” para tantos? ¿Dónde perder la confianza se volvió tan obvio como 2+2=4? ¿Qué no es evidente, me podrán decir, ve los periódicos, ve las noticias? Sin embargo creo que a veces hay que preguntarse lo evidente, y ver si realmente lo es. ¿Por qué hemos escogido colectivamente acostumbrarnos a un lamentable menú de injusticias? ¿Por qué preferimos decir que todo pudo haber sido peor que darle voz a nuestra indignación?
Estoy trabajando con un grupo de niños que hace unos meses me robaron un celular. Cuando me lo robaron yo era prácticamente un desconocido para ellos, y en un descuido para ellos lo más natural fue recogerlo –lo mismo sucedió con una alumna de mi clase de educación comunitaria durante una actividad donde el salón consiguió dulces y actividades para un centro comunitario. La primer reacción es coraje, sobretodo porque uno se ve como haciendo un bien. Bueno ahora que conozco a los chicos les puedo decir algo que estoy seguro resultara sorprendente para muchos: ellos son buenos chicos, ¡en verdad! Son muy inquietos, son indomables, pero a la vez no dejan de ser niños, con la inocencia que se asoma aun cuando pretenden decir albures. Una vez en confianza te respetan, te protegen, son ingeniosos, son leales. Esto sí, sienten que tienen el derecho de agandayarse. Disfrutan y celebran cuando fueron más inteligente que otro, y “se lo chingaron” con el gozo de meter un gol o sacar una buena calificación. Y bien uno podría culpar a la familia, a su barrio por esto, sin embargo antes apuntar acusatoriamente me queda claro que el agandaye no es particular a estos niños. En la ciudad, en todas partes, en la corrupción de las autoridades, en el caos vial, en la violencia de las calles y de las escuelas, en el PM, en todas partes esta esta, y ellos expresan fielmente esta cultura agandaye. Ni siquiera creo que sea una cultura de la ley de la selva, ya que después de todo un león caza a una cebra por hambre, y no dudo que mucha gente que robá sea por esto, por hambre, pero siento que va más allá. No es la ley de la selva, es la ley de la dominación, de la opresión, de demostrar que puede uno abusar con impunidad y que esto te enaltece. Matices de Fanón, donde los oprimidos expresan su dolor oprimiendo. Me asusta ver esto en la ciudad, me asusta verlo tan claro con los niños.
La impotencia hoy me hizo gritar, luego llorar. Maldije a la gente de esta ciudad, y después tranquilo me doy cuenta que esta misma semana hubo una persona que me ayudó a empujar mi auto, otra a echarlo andar, un grupo de policías que si atraparon al cuate que me robo la pila, una hija que actuó admirablemente ante una situación tan amenazante, una familia que encontró tirado el celular de mi alumna y busco la forma de entregarlo, unos niños que me revelaron como me robaron mi celular y lo pude recuperar, y mucha gente que hace el bien. Bueno, pero quiero alejarme de esta dicotomía de la gente que hace el bien y el mal, de los buenos y los malos, sin negar que realmente exista gente en los extremos. Sin embargo los chicos que me robaron el celular, y estoy seguro que muchas otras personas que hacen “mal” –y con esto digo robos, sacar ventaja sobre otros, y no violencia física y sexual, que aquí creo que ya es otro el asunto- están muy influenciados por la naturalidad de tranzar para avanzar, de sentir que tienen el derecho de aprovecharse del que se le duerme. Sé qué hace años así no era la ciudad, que la gente se apoyaba, que se podía tener confianza. ¿Cómo es que hemos llegado a esto? ¿Qué podemos hacer para ir más allá de la victimización, más allá del coraje y la impotencia? Bueno hoy por hoy, para alejarme de la pasividad y la impotencia, del mantener callado y privado el dolor que todo esto me causa, escogí compartir esto con ustedes.
¿Qué reacciones tienen ante lo que digo? ¿Ven lo que relato en sus vidas? ¿Cómo se ve? ¿Cómo les duele a ustedes? ¿Qué podemos hacer?
JuárezDialoga ha invitado a Miguel Cortés Vázquez por su compromiso con la sociedad de Ciudad Juárez. Miguel busca crear ambientes de crecimiento personal y grupal desde su trabajo como docente y maestrante en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, su trabajo comunitario en el Centro de Asesoría y Promoción Juvenil, y en un proyecto independiente de terapia grupal y performativa en el Centro Fred Newman para la Terapia Social. Miguel, también dedica su tiempo libre a la música, es pecusionista, con grupos de musica folklorica latinoamericana y rock acustico. Para conocer su proyecto visitar http://www.centrofrednewman.org/