No puedo sentir otra cosa que no sea enojo. Tal vez desesperación o tristeza, pero seguramente consecuencia de esta enorme rabia que me da ver que la ciudad en donde aprendí a andar en bicicleta, di mi primer beso y he dejado mi vida tantas veces, es castigada como lo es ahora por aquellos que supuestamente deberían de defenderla.
No deseo profundizar en la complicada crisis de violencia que ha vivido por muchos años Ciudad Juárez. Para eso hay otros espacios, otros momentos y expertos que podrían explicarlo mejor. Hoy sólo me evoca el sentimiento de ver a las autoridades de esta ciudad omitir el principio básico de su existencia: la garantía de la seguridad de los ciudadanos, pisoteando la libertad de expresión, uno de los derechos más esenciales (le doy ese peso porque este derecho permite la exigencia de otros).
Desde la distancia (una distancia espacial, pero no sensible), he visto unas de las imágenes que más me han conmovido e impactado en estos años. No porque me hayan llevado al límite de lo que creo, sino por la familiaridad de los rostros que encontré en videos y fotografías sobre la represión por parte de policía municipales contra una marcha sobre la paz en Ciudad Juárez.
Imágenes que me conmovieron porque conozco esos rostros familiares, porque sé qué los mueve y los hace salir a la calle. Porque sé que han puesto los intereses de esta ciudad y la búsqueda incesante de su paz antes que ellos mismos. Amigos con los que platiqué en la escuela o en alguna cantina. Con quienes he podido discrepar y coincidir en muchos y diversos puntos. Con quienes afortunadamente nuestros caminos, dirigidos hacia el mismo objetivo, nos han dado la oportunidad de encontrarnos y comprender que la única manera de lograr lo que queremos, es juntos.
Ahora he terminado de entender que cuando tocan a uno, nos tocan a todos. El problema es que las autoridades de esta ciudad no se dan cuenta que están en una ciudad lastimada. En donde amigos, familiares, compañeros de trabajo, de escuela, han sido asesinados, torturados, secuestrados y obligados a desterrarse. Por eso cuando dicen diálogo, lo único que se imaginan en sus cabezas de alfiler es una cena con miembros de la CANACO o un concierto. Sus diálogos no son para escuchar, sino para llevarnos de compras a un centro comercial y distraernos de la realidad.
Por eso como dijo Mao Zedong, “la historia es el síntoma, nosotros la enfermedad”. Y algún día las cuentas ya no les saldrán a su favor, y esta historia dejará de necesitarlos. Quisiera concluir con un documental que vi llamado Capitalismo: una historia de amor, de Michel Moore, en donde nos muestra una huelga por parte de unos trabajadores de una compañía dedicada a la producción automotriz en su estado natal, Michigan, durante la administración de Theodor Roosvelt, en Estados Unidos, en donde se defendían puntos tan esenciales como condiciones mínima de salud y seguridad.
Los trabajadores, hombres y mujeres, tomaron las instalaciones por casi cuarenta días, por lo que los dueños decidieron llamar a las autoridades locales, quienes respondieron rápidamente y comenzaron a amedrentar a los trabajadores arrestándolos y amenazándolos con disparar. Después que esta situación comenzara a circulan a nivel nacional en los medios sin una solución pronta, Roosvelt decidió mandar a la Guardia Nacional. Los soldados se pararon frente a los trabajadores haciendo un muro de contención, apuntando sus armas hacia las policías locales. Roosvelt anunció que la Guardia Nacional tenía órdenes de abrir fuego a los policías que intentaran atacar a alguno de los trabajadores en huelga, quienes estaban manifestándose de manera y por razones legítimas.
El mensaje es muy simple, y V, el personaje de la novela gráfica de Alan Moore, lo dijo mejor que yo: el pueblo no debería temer de su gobierno, son los gobiernos los que deben temer a su pueblo.
Juan Manuel Fernández Chico es co-fundador del Colectivo Vagón y director de la película El Heroe. JuárezDialoga lo ha invitado a participar por su compromiso con el trabajo colectivo en el quehacer artístico en Ciudad Juárez.