“…En este enjambre de huesos
adorno tu nombre
con un ramo de palabras…”
Las mujeres libres, María Pizarro
Tengo un año queriendo escribir sobre esto, al menos una vez a la semana, si no es que dos, he pensado en escribir sobre ello, significa que he pensado escribir al menos unas 100 veces en un año, creo que podrían ser más dado el tiempo que leo noticias, tal vez podría ser menos ya que más que recordarlo quisiera olvidarlo, el olvido y el recuerdo solamente reafirman su ambivalencia.
Siempre tuve miedo en Juárez, el miedo me embarga aún estando en otro lugar de este mismo país. Como mujer me siento vulnerable, es triste sabernos en peligro desde que nacemos, marcadas por nuestro género. Lo bueno de estar lejos es que aquello a lo que prestas atención en un momento de tu vida, se abre, es como alejarte de un cuadro abstracto; estando cerca puedes ver su textura, su color pero no alcanzas a definirlo, a comprenderlo, te alejas unos pasos y logras distinguir mejor sus formas, sus contrastes, así me ha sucedido todas las veces que me he alejado. Esto no significa que ahora lo comprenda, pero me es más fácil escribir y expresarlo. A veces sentía que si escribía sobre esto, podía suceder, a la inversa de cuando cuentas tus sueños, dicen que no hay que contar los sueños porque “se salan”, pues yo no quería escribir sobre esto porque temía que luego de plasmarlo en papel cobrara vida de pronto.
Recuerdo que cuando tenía 18 años, un verano empecé a trabajar en una tienda departamental, odié ese trabajo principalmente porque me era necesario para solventar mis gastos universitarios una vez que el verano terminara. No odiaba tener que trabajar, lo que me era insoportable era tener que caminar para llegar a casa después del trabajo y que no me hubieran dado un horario matutino, por lo que lo supuesto era salir a las 9 de la noche pero la realidad era muy distinta y cuando nos iba bien lograbamos salir alrededor de las 11 de la noche, a esa hora ya no había camiones y yo tenía que caminar a casa. Una hora alrededor de 4 kilómetros me tomaba llegar a casa caminando, prefería cruzar un camino residencial porque sentía que era la manera más segura, sin embargo dicho sendero sólo representaba la mitad del total de camino, por lo que además caminaba por un canal sobre la Avenida Ejército Nacional hasta cruzar la Avenida Francisco Villarreal Torres, puedo aún sentir en mis manos la sensación de esos momentos, la sangre deja de circular por mis manos y se ponen frías, no recuerdo cuántas plegarias recitaba y muchas veces cerraba los ojos, otras veces el miedo me hacía llorar todo el camino, desahogando mi frustración, algunas otras ocasiones corría lo más rápido posible, dos veces experimenté el peligro inminente, una troca negra de reciente modelo me seguía, fueron dos días seguidos y luego de ese acontecimiento renuncié, supe que mi vida valía más que cualquier trabajo, un salario mínimo además que sólo me permitía sobrevivir los fines de semana, pero siendo realistas no me daría la oportunidad de ahorrar mucho para la escuela.
Pienso mucho en eso cuando sé sobre las desapariciones de mujeres, puede sonar frío pero siempre he analizado las probabilidades de que algo así me suceda. He vivido sola desde hace algunos años, por circunstancias de la vida, muchos de mis conocidos me habrán visto en la calle, caminando o en bicicleta, siempre, nunca he tenido la oportunidad de adquirir un carro y en realidad no me interesa mucho, esa es otra historia. Me gusta disfrutar los días al aire libre y andar en bicicleta. Yo solía contar las probabilidades, porque en Juárez pasaba mucho tiempo sola, y comparaba los rasgos de las niñas y mujeres que desaparecían con los míos, no entraba dentro de la estadística, pero esto sólo era una forma de consuelo, de alivio efímero, ir contra los pronósticos, descartar posibilidades.
La desaparición de mujeres en mi ciudad, es un tema que siempre me ha interesado, me duele mucho, principalmente como mujer, como juarense y como ser humano. Creo que la falta de empatía es lo que nos hace evasores de tales historias. Luego de esa experiencia rondó en mi memoria esa cuestión de empatía y en una clase titulada “Arte Fronterizo” hice una pieza en donde tomé de la red fotografías de mis compañeras de clase y las convertí en pesquisas con su retrato y describiendo los mismos rasgos físicos que las caracterizaban, incluí mi propia pesquisa. Fue un momento fuerte encontrar dichas fotografías en las puertas de la universidad, algunos pensaron que se trataba de una muy mala broma, pido disculpas porque sé que herí algunos sentimientos pero se trataba de eso, ponerte en los zapatos de una mujer que no se encuentra, nunca sabes lo que tienes hasta que desaparece, nunca te preguntas que pasaría si…. y creo que es el argumento más claro que toda madre tiene sobre sus hijas desaparecidas “que pasaría si fuera tu hija… si fuera tu madre”. La incertidumbre es tan grande, un vacío profundo, no tener idea del paradero, la intangibilidad, la falta de espacio y a la vez la inmersión en un espacio donde ya no está esa persona, esa vida, esa materia, ese cuerpo, creo que debe llevarnos a la locura.
Y ¿qué sucede? la injusticia rebasa sus límites y nos vemos preocupados por acontecimientos sobre el maltrato a la mujer en la cotidianidad de la clase media-alta nos sentimos indignados porque gracias a la buena educación que nuestros padres pudieron otorgarnos, conocemos a tal mujer que fue víctima de maltrato, estuvimos con ella en la primaria, compartimos nuestra infancia y sabemos que lo que le ha sucedido está muy mal, sabemos que no podemos permitirlo. Denunciamos, marchamos.
Nos olvidamos que esa madre se pasa semanas afuera de la fiscalía general del estado con pancartas, con hambre, con sueño. Su hija aunque no la conocimos y lamentablemente jamás lleguemos a conocer, desapareció en el 2012, mientras mi generación graduaba de la universidad, ella también estaba estudiando, nunca la vimos, nos parece conocida, tal vez algún día nuestra mirada cruzó con la de ella, en el centro, en la escuela, en la calle y luego desapareció. Ella también tenía sueños y también luchaba como nosotros por lograrlos, ella también estaba enamorada, ella también rezaba una oración antes de dormir, también le gustaba salir con sus amigos, ella también reía y también lloraba por las mismas razones por las que nosotros, seres humanos. Sin embargo no formaba parte de nuestro círculo, de nuestra primaria, secundaria, preparatoria y hemos ignorado constantemente como sociedad este tipo de historias durante más de 20 años. Justificamos estos terribles sucesos, pensando en cómo vestiría, con quién andaría, en qué lugares estaba, si nos detuviéramos a leer todas esas pesquisas pegadas por doquier en Ciudad Juárez nos daríamos cuenta que sucedió a la luz del día, que dichas niñas y mujeres vestían pantalón de mezclilla y sudaderas, que andaban por donde seguramente hemos estado alguna vez, que además iban a la escuela, pero esas hojas a blanco y negro con retratos forman hoy parte de la “contaminación visual” a la que además el presidente municipal se ha referido. Y aunque así no lo fuera no nos interesa que era lo que estaban viviendo. Nada justifica su desaparición, nada en la vida justifica que encontrarán años después sus cuerpos mutilados, torturados o que las madres tuvieran que pasar por un proceso de identificación de restos en total descomposición.
Ahora hay que asignar lugares especiales a esas imágenes de personas que no están, mientras sus familias se ahogan en un grito desesperado, en una oración de fe que les de señales de vida o en el peor de los casos, señales de muerte pero que les permita visitar un recinto, que les permita tener lo tangible de su cuerpo y les permita llevarles flores y honrarlas como es debido.
Esta historia puede formar parte de muchas otras que hemos querido contar, yo agradezco seguir existiendo y escribo para no ignorar, escribo porque es lo mínimo que puedo hacer, decirle a esa madre, padre, hermano, hijo, “yo pienso en esto constantemente, yo tengo miedo, siento su dolor aunque no pueda imaginarlo, siento mucho que ella no esté, no la conocía pero me ha hecho llorar varias veces leer su historia y su desesperación, leer su nombre, ver su rostro en una fotografía y realmente siento impotencia por no poder hacer más que esto”. Puede sonar muy fácil escribir, no lo es, ni lo ha sido, el mismo miedo me ha impulsado.
El miedo siempre me ha hecho hacer muchas preguntas, a mi llegada al DF supe que en el Estado de México sucede lo mismo, casos ignorados, no relevantes para la autoridad, son tantos los mismos que se ha hecho costumbre, la impunidad es la única presencia.
No pude encontrar la cifra exacta, son miles, no me atrevo a dar una cifra porque sé que además hay muchas historias sin contar simplemente ignoradas, por falta de pruebas, por falta de seguimiento, ni las cifras han hecho que se clarifique esta escena, seguimos siendo vulnerables.
Dejemos de ignorarlo, evadir es lo más cobarde, con cada una desaparece también un sueño, Ciudad Juárez no permitas que te acaben.
Mariana Chávez Berrón, nació en Ciudad Juárez en 1989, actualmente anda buscando muchas cosas en el Distrito Federal, es fotógrafa, investigadora de la memoria, visual, poética, amante de reír a carcajadas y también últimamente tiende a permanecer en silencio, fanática de los contrastes, fronteriza. Licenciatura en Artes Visuales – Maestría en Estudios y Procesos Creativos en Arte y Diseño por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.